jueves, febrero 28, 2008

LOS VIDEOCLIPS DE TU VIDA (15). VIDEOKIDS: WOODPECKERS FROM THE SPACE (1984). BIZARRAS DELICIAS HOLANDESAS

Una curiosa muestra de un primitivo “arte” del videoclip en la Europa continental. Videokids era un dúo holandés mixto con mozo y moza rubios ellos que logró un efímero éxito internacional en el circuito discotequero y tecnopopero con este tema naïf y bastante lamentable pero que incomprensiblemente copó las listas de éxitos de media Europa a principios de 1985.

El videoclip con el que presentaron la canción es recordado por lo cutre de su factura y por su total carácter de baratija. Ciencia Ficción hecha con cuatro duros pero que conserva ese casposo encanto de la serie Z. A destacar las pintas de la pareja que conforman los Videokids. La canción tenía como mayor (y único) atractivo la incorporación del famoso canto de Woody Woodpecker (El Pájaro Loco, vamos) y algunos párrafos cantados y rapeados por una voz distorsionada a velocidad que pretendía ser la del legendario personaje de dibujos animados, reconvertido en este tema en un alter ego espacial alienígena. Y lo cierto, que el homenaje a Woody fue solo sonoro, ya que para representar la imagen del personaje en este video, se recurrió a una especie de extraterrestre cabezón que en nada recuerda al pájaro carpintero creado por Walter Lanz, y el cual realiza estratégicas apariciones en el vídeo, mediante el recurso de mezcla de animación e imagen real. El vídeo y la canción tuvieron mucho éxito entre el público infantil, para el que, dicho sea de paso, iba destinado este tema.

lunes, febrero 25, 2008

El aparatito de Lumiere - Programa Doble: THERE WILL BE BLOOD / SWEENEY TODD

POZOS DE AMBICIÓN (THERE WILL BE BLOOD)


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Verdaderamente magistral. La mejor película en el último año (de 2007, si nos atenemos a su año de producción), y toda una lección magistral de cine. Porque There Will Be Blood es cine en estado puro, desde el primer fotograma hasta el final, todo un despliegue de buen hacer en prácticamente todos lo sentidos: guión, montaje, fotografía, interpretaciones (magistrales), dirección (sublime)…Si a ello sumamos una historia con un enorme poder de atracción y narrada de forma espectacularmente perfecta y con una riqueza de matices increíble, tenemos una buenísima razón para no dejar de ver este filme que, a pesar de que recurre a temas bastante manidos por el séptimo arte como son la parábola del hombre hecho así mismo o el sueño americano como un arma de doble filo, atesora una originalidad a prueba de bombas.

De una manera simbólica y metafórica, se nos cuenta ese tema, también tantas veces narrado, que es la historia norteamericana forjada por sus más humildes protagonistas: los trabajadores de solo a sol de principios del siglo XX, los pioneros en tierras salvajes, los primeros emprendedores en un capitalismo naciente, y gentes similares dentro de un país literalmente en estado salvaje en los primeros años del siglo pasado. La metáfora, o mejor dicho, la canalización unitaria del relato, reside en la figura de Daniel Plainview, encarnado de una manera absolutamente alucinante por el gran Daniel Day Lewis en la mejor interpretación de su carrera, un humilde minero al que el hallazgo de petróleo en el desértico villorrio de Little Boston a finales del siglo XIX le convierte en un rico empresario gracias a la construcción de rudimentarios pozos petroleros en diferentes puntos de una comarca rica en oro negro. Plainview, en una Norteamérica joven e ingenua pero que ya sabia lo que quería, se convierte en una especie de dios de provincias, en un ídolo de una Norteamérica rural y profunda en donde sus habitantes buscan desesperadamente, bien salir de la miseria económica bien por medio del lucro que el petróleo representa, o bien salir de la miseria moral por medio del fanatismo religioso que el cristianismo exagerado y sectario de la Iglesia de la Séptima Revelación representa en Little Boston, un pueblo en donde el petróleo parece haberse erigido en el nuevo dios- algo que la Iglesia de la Séptima Revelación pretende combatir- del que el orgulloso y egoísta Plainview es su profeta.

Una magistral novela clásica de Upton Sinclair, Oil!, es el punto de partida del que se hace una espectacular adaptación que con economía de diálogos pero presentando una generosa cantidad de situaciones nos plasma perfectamente en imágenes la fábula histórico-metafísica que Sinclair trazó: una feroz denuncia a la deshumanización capitalista ilustrada en sus propios orígenes, a través del incomodo proceso de conversión de un trabajador humilde y abnegado en una especie de monstruo cruel, desalmado y sin ningún referente moral. Plainview, al que el negocio petrolífero de convierte en una maquina de destrucción de seres queridos y de relaciones humanas, empezando por su propio hijo y terminando con todo aquel que se interponga en su camino, es un personaje alucinante y que requería de una interpretación a al altura de las circunstancias. En ese sentido, Day -Lewis ofrece un recital interpretativo fuera de serie con (bastantes) momentos antológicos. Es inevitable pensar que hace 20-30 años este papel, complejo, desagradable e histriónico, hubiese sido un bombón para Jack Nicholson.

La película se reserva también un peculiar estudio sobre los orígenes de la maldad en el ser humano y sobre al falsedad y la hipocresía; La Iglesia de la Séptima Revelación, falso azote de los nuevos capitalistas y sutil engaño de unas pobre gentes sin rumbo, es tratada engañosamente como el reverso del maligno mundo de ambición que representa Daniel Plainview, cuando en realidad representa lo mismo que el mundo del lucro, pero con un Dios diferente al petróleo al que Plainview adora. Eli Sunday (el joven Paul Dano en una excelente interpretación), el imberbe pastor de la peculiar iglesia parece el reverso al mal que según él representa Daniel, con el que mantiene en toda la historia un espectacular enfrentamiento dialéctico, pero el personaje reserva secretos.

Una atmósfera de miseria de época perfectamente conseguida gracias a la espectacular fotografía de Rober Elswit realza un ambiente en general de pesadilla, mas simbólico que realista y en donde las elipsis narrativas y la concisidad de a ahistoria ayudan a que la película se siga sin perder ripio en ningún momento. Todo mimado hasta el más mínimo detalle, como corresponde a una película con vocación de obra maestra. La música de Jonny Greenwood, el guitarrista de Radiohead metido por primera vez en fregados de este tipo es, sin embargo, muy irregular. Son muchos los elementos antológicos y vibrantes de todo un peliculón, en especial un final sencillamente magistral. Bien por Paul Thomas Anderson, bien por Daniel Day-Lewis, y bien en general por el cine.


SWEENEY TODD

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Últimamente Tim Burton, en lo que llevamos de década, se esta caracterizando por alternar películas excelentes (Big Fish, La Novia Cadáver) con filme también aceptables aunque bastante menos brillantes (Charlie y la Fábrica de Chocolate, o esta que nos ocupa, Sweeney Todd). Puede que su ya megaexplotado e hiperconocido universo estético ya no de mas de sí y cada vez sus películas resultan mas previsibles en cuanto a temas, escenografía, tipos de personajes o atmósfera. El caso es que esta Sweeney Todd vuelve a ser, otra vez más, un cuento de hadas macabro en donde Burton vuelve a dar rienda suelta a su gusto por el gótico relamido, caricaturesco y barroco, la tenuidad cromática y el humor negro que siempre han caracterizado a su carrera, además de volver a contar con su sempiterno alter ego Johnny Depp como actor protagonista. Hay que decir también que en esta ocasión, Burton vuelve al musical, como ya hizo en Pesadilla antes de navidad y La Novia Cadáver, pero esta vez en imagen real. El punto de partida es un clásico del periodismo sensacionalista de la Inglaterra del siglo XIX (que al parecer fue todo un camelo) sobre un barbero despechado que tras sufrir prisión y destierro por un delito que no cometió se toma revancha dando matarile a todo el mundo que acude a su barbería en e espera del juez que le mandó al talego y le aparto de su mujer y de su hija, parar hacer lo propoio. Mientras tanto, su nueva compañera, la confitera Mrs. Lovett elabora pasteles con la carne y la grasa de las victimas para venderlos en su establecimiento. La truculenta, pintoresca y pseudolegendaria historia inspiró una primera adaptación cinematográfica en 1936 y un popular musical de Broadway en 1979 obra de Stephen Sondhein, del que se basa directamente este filme.

Realmente, la película vuelve a ser un buen despliegue de buen hacer por parte del director, quien vuelve a demostrar su habilidad para crear escenografías imposibles y para dirigir actores. La fotografía, mejor en cada película, no deja de sorprender en ningún momento. Sin embargo, la historia de partida es simplona y previsible, con poco margen de sorpresa y a veces hasta aburrida. El hecho de que este filme sea además un musical añade mas peros a un conjunto demasiado irregular: hay canciones cada dos por tres y Burton no se encuentra muy cómodo dirigiendo actores reales (y no de animación) cantando. Eso si, no hay bailes y la música esta muy bien compenetrada con al acción y la narración, algo que se echa en falta en no pocas películas de este tipo. El principal pero de esta faceta del filme es que las canciones son corrientuchas o incluso malas, en ese sentido, pese a los esfuerzos del director y de los actores en sus logradas interpretaciones musicales, en ocasiones seguir la película resulta un suplicio. Por otra parte nada hay que objetar a un reparto que muestra sus habilidades interpretativas y canoras de manera eficaz, teniendo en cuenta además que la experiencia en esta última faceta no es muy grande: Depp, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Timothy Spall, Sacha Baron Cohen y los jóvenes Jamie Campbell Bower y Jayne Wisener estan todos a la altura de las circunstancias. No es una mala película, pero su falta de originalidad y de una historia mas rica y menos cliché lastran el resultado final de manera evidente. La cuestión de si Tim Burton ya ha agotado definitivamente su discurso esta en el aire