lunes, abril 06, 2009

El aparatito de Lumiere - LA CASA DE MI PADRE


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El tema de la violencia de ETA en Euskadi últimamente está dando mucho juego en el cine español. Tras La pelota vasca (2002), Lobo (2003) Todos estamos invitados (2007) o Tiro en la nuca (2008) llaga esta opera prima del guipuzcoano Gorka Merchán, un director de 32 años dicen por ahí que tiene bastante proyección; y, efectivamente, con esta película muestra sus habilidades, aunque en definitiva el filme no sea una buena película.


Una vez más, para hablar del problema del terrorismo en Euskadi se recurre al tema de la paradoja de la convivencia diaria en un entorno donde hay gente amenazada ye n done muchas veces se tiene que ceder por mero instinto de supervivencia y por no socializar un conflicto que muchas veces parece etéreo pero que cuando se materializa lo hace con total crudeza. El gran problema al abordar esto es que con unos medios de comunicación en donde cada uno da su visión y matices según le conviene y en donde parece que todo análisis esta hecho (aunque en realidad no lo esté), se corre el riesgo de repetirse hasta al saciedad, y más aún si otras películas ya han llevado a cabo una intención similar. Pero, ojo, nada de esto debe ser impedimento para hacer este tipo de películas, ya que el tema de la violencia de ETA debe de ser explotado aún más, como tema de actualidad y como crónica de un drama de proporciones historicas en el que cualquier visión, siempre que no falte a al verdad, es bienvenida. Si en el filme de Gutierrez Aragón Todos estamos invitados el director ofrecía una visión pesimista e inexacta de la sociedad vasca, en donde se hacía una exagerada acusación de cobardía, en esta cinta de pretensiones similares, el novel Merchán toca el tema de los amenazados con mayor conocimiento de causa que Gutierrez Aragón y se muestra mas realista al mostrar el drama en el que este problema convierte la convivencia en Euskadi. La metáfora del juego de la pelota, como en La pelota vasca es el punto de partida, aunque de un modo diferente. Un joven veinteañero guipuzcoano, interpretado por Juan José Ballesta, indeciso ante la llamada a sus filas de dos mundos, el de la kale borroka y el de los frontones para convertirse en pelotari profesional, es uno de los dos elementos vertebrador del filme. El otro es el de al llegada a Pasaia de su tío Txomin (Carmelo Gómez) tras seis años de ausencia debido a amenazas terroristas. Una historias de enfrentamiento de dos mundos antagónicos que pese a que esta medianamente bien llevada y cumple su propósito de mostrar una de las múltiples caras del conflicto en Euskadi, no logra componer una historia verdaderamente interesante, pese al voluntarios ejercicio de su director.


La casa de mi padre es una película no consigue salirse de su tono previsible. Los personajes que ofrece son tópicos de la situación de conflicto en Euskadi que pueden que resulten reveladores para el espectador europeo o de otras altitudes, pero que por su caracterización demasiado esquemática, por la península no dicen nada realmente nuevo. Es de agradecer su tono más humano y psicológico y su habilidad para huir de un mensaje demasiado moralista sin renunciar a contar las cosas tal y como son. Pero como drama, La casa de mi padre es un filme fofo y sin pasión, pese a los buenos oficios de un reparto muy bien elegido y unos personajes bien perfilados. Ninguna cosa que empieza a contarse en esta película termina como es debido y sobran bastantes momentos. Gorka Merchán muestra argumentos de buen tratador de la realidad, pero la película se le va de las manos en muchos momentos, no resultando emotiva en los instantes en que tendría que serlo. La interpretación de Ballesta como Gaizka, el joven pelotari borroka es irregular aunque el madrileño hizo ele esfuerzo de aprender a jugar a pelota y de memorizar unas cuantas frases en euskera; eso si, se le nota cada vez más aduro y creíble al inolvidable protagonista de El Bola. Carmelo Gómez esta muy bien como el empresario extorsionado Txomin que regresa de Argentina con su mujer, interpretada por Emma Suarez, y su hija, a cargo de Verónica Echegui. Gómez y Suarez vuelven a ser pareja artística como en los 90 con Julio Medem y su compenetración sigue siendo total. Mención especial merece Verónica Echegui, con acento argentino durante toda la película y una encantadora presencia ante las cámaras, lástima que su personaje de Sara este tan pésimamente explotado, por que era el que más ofrecía a priori.


Con recreaciones de la cultura de los gaztetxes, de escenas de ataques con cócteles molotov, y de partidos de pelota, la película es honesta y clara pero borrosa. Una vez más, se ha perdido una beuna oportunidad para hacer una buena película sobre las consecuencias sociales en Euskadi del problema de ETA.

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