viernes, mayo 01, 2009

El aparatito de Lumiere - DEJAME ENTRAR (LAT DEN RÄTE KOMMA IN)


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Esta película fantástica sueca esta siendo la sorpresa de la primavera en las salas españolas, tanto entre la crítica como en el público, además de haber obtenido premio en el Festival de Sitges y estar. Esta curiosa y original revisión del mito vampírico (ahora que el éxito editorial y cinematográfico de Crepúsculo lo ha puesto tan de moda) sorprende y entusiasma por lo inusual de su planteamiento, alejado de los convencionalismos sobre el tema de los chupasangres, y por ser una aportación de la peculiar idiosincrasia narrativa nórdica al género terrorífico: sobriedad de diálogos, ritmo pausado, parquedad aclaratoria, planteamiento intelectual…y gélidos paisajes. Déjame entrar esta basada en una novela de John Ajvide Lindqvst, ambientada a principios de los años 80 en una Suecia previa al asesinato de Olof Palme. Sus dos protagonistas principales, un mortal y una vampira, son dos preadolescentes de 12 años que en cierto modo comparten, a su manera, desgracia. Oskar (Kare Hadebrant) es un chaval retraído y solitario que sufre acoso escolar y además esta marcado por el divorcio de sus padres; Eli (Lina Leandersson), su nueva vecina en el modesto bloque de edificios donde vive junto a su madre, tiene aparentemente de su misma edad, solo se deja ver de noche, tiene una extraña resistencia a las temperaturas bajo cero y no va a la escuela. A Oskar le gustaría vengarse de sus acosadores, y aficionado a la criminología y a los sucesos truculentos, no dudaría en matarles uno por uno. Pronto se suceden en la ciudad truculentos crímenes en donde las víctimas aparecen desangradas y cuya autoría apunta a un nuevo y misterioso vecino, el supuesto padre o tutor de la joven Eli.


La película es de desarrollo tan lento como imprevisible y triunfa en el ejercicio de tratar de mostrar los posibles orígenes de la violencia en el ser humano a través de la experiencia de sus jóvenes protagonistas: por una parte, el placer de provocar el mal y de crear violencia gratuita, por otra el deseo de la venganza, y finalmente, la lucha desesperada por la supervivencia. Todos estos motivos no son puros, se entremezclan y solapan en al película (como en la vida real) y se presentan como las múltiples caras combinadas de un mismo dado. No termina ahí la disertación de la película, ya que la reflexión sobre la vida y al muerte y el derecho a vivir es el tema que recorre este oscuro cuento de hadas en donde el poder de la amistad une a dos seres en el límite, uno digamos en la vida real y el otro viviendo una existencia más allá de la lógica. En otras palabras, la historia, pese a su aparente simplicidad, es un auténtico prodigio narrativo, muy rico en emotividad, sorpresa, emoción y sobre todo, sensaciones extrañas y contradictorias. La desnaturalización y descontextualización de una historia de vampiros en una pequeña ciudad sueca cerca de Estocolmo habitada por clase obrera y gente sencilla y el alucinante planteamiento del fenómeno del bulling dentro de un crónica fantástica es el agente causante de lo insólito del relato, visto siempre desde la óptica de al pubertad.


Déjame entrar, es, como fácil puede suponerse, una mixtura de diferentes géneros (terror, drama social, fantasía, suspense, melodrama) que en realidad produce una película sin género alguno en donde abundan pistas y guiños desconcertantes al espectador. No se nos cuenta mucho de aspectos claves, como la verdadera naturaleza y origen de Eli, pero todo resulta suficiente para que cada uno pueda reconstruirse la historia, aunque sea a su antojo. Hay imágenes y momentos impactantes, tanto por su belleza poética como por su tremendismo (que no truculencia), que aunque no caen en el gore pueden resultar incómodos para el espectador (tranquilidad, esto no es Entrevista con el vampiro). La dirección magistral de Tomas Alfredson (a este le vemos en las Américas dentro de poco, fijo), consigue atrapar al espectador de la mejor manera posible: ofreciendo una historia con mayúsculas.


Dicho sea de paso, hacía mucho tiempo que en salas de mediano-gran aforo una película sueca no registraba tales llenos como el que tuve ocasión de presenciar, más o menos, desde los tiempos de Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman, cuya sombra por cierto, esta presente en esta magnifica cinta. De lo mejor que se puede encontrar en las carteleras actualmente, una película muy recomendable.

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