miércoles, noviembre 03, 2010

El aparatito de Lumiere - LA RED SOCIAL (THE SOCIAL NETWORK)





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Se esperaba con curiosidad este filme sobre el nacimiento de la famosa red social Facebook y las andanzas de su controvertido creador, Mark Zuckerberg, más que anda por el poso de amarillismo y de rabiosa actualidad que desprendía el susodicho tema (el del “feisbuk”, of course), en boca y ala alcance de todo el mundo. La cosa no inspiraba a priori confianza debido a lo (demasiado) reciente de los acontecimientos que retrata, y como todo el mundo sabe un hecho real relativamente próximo en el tiempo es más bien materia prima de telefilms que de un filme cinematográfico serio. Pero, por fortuna, dicha desconfianza es infundada ya que su director, el experimentado y hábil David Fincher (Seven, The Game, El Club de la Lucha, El curioso caso de Benjamin Button) se esfuerza porque su película no caiga en el telefimismo ni en el sensacionalismo barato. Un también inteligente guión de Aaron Sorkin consigue una película interesante pero con varios peros, el principal resultar casi ininteligible para gente no puesta en el mundo de las redes sociales y de internet en general, y ya de manera más secundaria, las limitaciones que acarrea trabajar con un material argumental totalmente centrado en temas legales, demandas y contrademandas: casi una película de juicios (subgénero tedioso donde los halla) salvada por un guión bien cimentado y que tiende más la drama de personajes que a la parafernalia judicial y al thriller, y en donde aparece retratado con esmero y credibilidad el mundo universitario elitista norteamericano, ambientación central del filme,  con sus fraternidades, sus alumnos trepas y pedantes, sus pisos compartidos y sus fiestorros desenfrenados.

El verdadero Mark Zuckerberg, interpretado aquí por Jesse Eisenberg, no quiso tomar parte en el asesoramiento de esta película, cosa que si hicieron algunos de sus colaboradores en el emporio Facebook. El Zuckeberg que aparece en esta peli es caracterizado como un chaval egoísta, obsesionado con destacar y con montar líos que estén en boca de todo del mundo y sediento de dinero una vez su invento de Facebook (¿o no fue  suyo?) comienza a ser rentable. En ese sentido, no es muy amable la semblanza que se nos hace del millonario más joven del mundo, aquel muchacho que desde las aulas de Harvard creo en 2003 una web con los datos de los alumnos de la uni para paliar las ansias de esta sociedad moderna de conocerlo todo de todo el mundo. Pero tampoco se dilapida a Zuckerberg, ya que al fin de cuentas su inteligencia consiguió superar no pocas dificultades legales y demandas por robo de idea, aunque todo eso le hizo gabarse indeseadas enemistades como la de su antiguo socio y mejor amigo Eduardo Saverin (Andrew Garfield). De todas formas, que nadie se lleve a engaño, esta película no hace ningún retrato psicológico mínimamente riguroso del personaje central ni de su mundo. Da la impresión de que Fincher y  Sorkin se conforman con un filme dramático basado en una historia real correcto pero apañadito…y es que la premisa inicial tampoco daba para mucho más, para que engañarnos. 

¿Efectismo? Afortunadamente muy poco en esta película. ¿Oportunismo? Tal vez sí. Pero a fin de cuentas La Red Social es una buena película y de bastante recomendable visión para todos aquellos interesados en los daños colaterales del auge de la comunicación por internet y de sus redes sociales en el mundo contemporáneo. Excesivamente larga (dos horas) para el tema tan cerrado dentro de si mismo  que toca y proclive a hacer perder al espectador el hilo con tiras y afloja argumentales continuos, pero muy efectiva y degustable.  

lunes, noviembre 01, 2010

MERCADER DEL TIEMPO (II): EL RELOJERO (Relato de ficción)


Casi a medianoche llegó el médico con dos de los hijos de Eutiquio, el labrador.  Algunos lugareños habían salido de sus casas a plena noche y cuchicheaban a las puertas de las casas de las calles cercanas a la vivienda de Eutiquio y su familia. Evidentemente, algún alboroto acaecido hacía relativamente poco tiempo les había despertado, o bien estando aún despiertos habían dirigido su curiosidad a la casa de su vecino por cierto trajín de personas entrando y saliendo de la casa, entre ellos el cura Don Cesáreo. Cuando el médico junto con los hijos de Eutiquio, Tomás y Genaro, se adentraron en la casa pintada de blanco se oía la voz monocorde pero enérgica de Don Cesáreo desde el cobertizo, aunque prácticamente no se podía oír lo que decía. Los tres subieron silenciosamente las escaleras y cuando llegaron al cobertizo allí estaban Eutiquio, su mujer Petra, otra hija y otro hijo, el cura, otros dos vecinos, un alguacil que por su ademán de extrañeza presumiblemente había llegado poco antes, y el mendigo recogido. 

Excepto Don Cesáreo, que acababa de interrumpir su discurso ante la llegada de los nuevos visitantes y mostraba un rostro entre enfurecido y ansioso, el resto de concurrentes que rodeaban al forastero tenían todos expresiones de perplejidad. El cura saludó al médico fríamente y dirigió una mirada inquisitorial al viejo caminante, que sentado en el suelo tenía ante el su zurrón abierto. Don Marcial ante lo extraño de la escena y el silencio que se había producido con su llegada solo fue capaz de preguntar que era exactamente lo que sucedía. Inmediatamente, antes de que nadie pronunciara una sola palabra, el forastero comenzó a hablar 
- Esto que aquí guardo y he mostrado antes no pertenece a este tiempo, al tiempo presente. Proviene de un tiempo futuro que yo he vivido en parte. Todo esto son señales del futuro que vendrá- miró al cura y después al médico- Supongo que todo esto querrá verlo usted- dijo dirigiéndose a Don Marcial Nuñez-  pero lo cierto es que aún no han visto todo como es debido, solo he enseñado las cosas por su aspecto
Don Cesáreo miraba fijamente al forastero con el semblante confuso:
- No sabemos todavía quien es usted y donde viene. Más vale que nos lo diga cuanto antes, y nos diga también por que ha venido aquí y que pretende.
            El forastero de barba y largo cabello blanco estaba sacando de su enorme bolsa de cuero marrón unas extrañas cajas y frascos que depositó en el suelo ante la vista de toda la gente que se encontraba en la estancia. Estos objetos despertaron la curiosidad del doctor Núñez en tanto que el galeno se dio cuenta que todo aquello podían ser medicamentos, aunque el no había visto nunca antes cajas de tanto colorido (aunque predominaba el blanco), ni frascos de cristal tan raros. El resto de concurrentes no mostraba especial sorpresa ante aquel insólito muestrario de cosas que una vez acercadas al centro se podía apreciar que algunas eran algún tipo de píldoras o pastillas. El medicó intuyó entonces que el forastero ya había enseñado eso antes al resto  
- Es medicina de un tiempo futuro, doctor. Podría curar enfermedades que para ustedes ahora son incurables. Para que se convenzan que todo lo que digo es cierto, puede usted utilizar el contenido de este bote, contiene un medicamento que se descubrirá dentro de más de 20 años. Se que hay una vecina de este pueblo que padece tuberculosis, adminístrele la dosis que pone en este papel- el forastero sacó de su zurrón una jeringuilla que parecía de goma- y puede utilizar esto, yo le diré como
El cura decidió volver a intervenir:
- ¿Como sabe usted que la mujer del alcalde tiene tuberculosis? ¿Y que es todo esto? Esto o bien es un engaño o sino, puede que sea algo peor. Este hombre si no es un farsante blasfemo que se cree capaz de curar a los demás…puede que sea un enviado del infierno.
Eutiquio, su mujer, sus hijos y el resto de personas en el cobertizo se turbaron al oír las inquietantes palabras de Don Cesáreo. El médico prefirió en lugar de tomar el frasco acercarse a donde se encontraba el forastero, sentado en el suelo, y examinar las cajas, hechas de un cartón casi tan pulcro como una lámina de plata.  Miró las pastillas de contenían alguna de esas cajas y se contemplando largo rato unas que parecían como perlas alargadas de dos colores. Clavó luego su mirada al desconocido.
- ¿De donde ha sacado esto?
El forastero suspiró y se aguardó un largo silencio

Los hijos del campesino miraban con fascinación a aquel hombre y a aquellas cosas que decía que venían del futuro y que algunas de ellas podían curar enfermedades que ellos creían que te podían mandar al otro barrio en menos de nada.  El visitante se tomó su tiempo antes de volver a sacar algo más de su bolsa. Se trataba de unas fotografías, una fotografías que antes había enseñado a los habitantes de la casa y al Don Cesáreo. A simple vista tenían la particularidad de que eran en color. El forastero se levantó y fue mostrando las fotografías a los aldeanos.
- Esto es la capital dentro de 40 años. Y esto es un cohete, un artilugio que viajará a la luna también dentro de 40 años. Aquí tiene ustedes en esta otro fotografía a  la superficie de la luna- los lugareños agarraban y contemplaban las fotografías temerosos y con reparos, como quien ve algo que le turba o inquieta y decide volver la mirada. Posiblemente fuese tanto el hecho de que las fotografías tuviesen tanto color como la vida real y que pareciesen como cachos de realidad empequeñecidos y pegados en un pele, como el hecho de que se podía ver en ellas cosas increíbles tales como edificios de cristal, automóviles que jamás habían visto, gente con ropa indescriptible, el paisaje del valle atravesado por un basto camino liso. El forastero también sacó de la bolsa calendarios de diferentes formas y tamaños con fechas de años tales como 1944, 1958, 1974, 1989, 2005, para extraer finalmente lo que aprecía otro taco de fotografías, pero estas eran en blanco en negro.
- Vuelvo a enseñar lo antes mostré. Son fotografías de este pueblo dentro de unos cuantos años.
Las fotografías mostraban a batallones de soldados en la plaza del pueblo, a casas de la localidad casi derruidas, más soldados, y una que dejó con la boca abierta a los asistentes, en donde se veía a  una serie de cadáveres tendidos en el suelo de la plaza y alrededor de ellos una mancha oscura, posiblemente sangre. A los cadáveres alguien les había borrado la cara, en el lugar donde debería parecer esta, se veía una mancha blanca.
- Esto es lo que va a suceder dentro de menos de lo que ustedes suponen. Va a haber una cruenta guerra entre hermanos. Aunque no llegarán a utilizar cosas como estas. 

El forastero mostró una pistola de aspecto extraño. Esto pareció dejar anonadado al alguacil, obviamente nunca había visto un arma de fuego así. Los asistentes dieron un paso atrás en cuanto el hombre de barba blanca extrajo el arma de su bolsa. Los cuatro hijos de Eutiquio que asistían a la alucinante reunión parecían bastante consternados en su corta edad de adolescentes o infantes por todo lo que estaban teniendo ocasión de contemplar. El cura Don Cesáreo ya no podía ocultar más su ira.
- ¡Basta ya! Esta claro que estamos ante una especie de demonio o de magia pagana. Debo de avisar al obispo, y si es preciso que él de aviso a la Santa Sede 
El hombre extraño  ignoró con sorprendente aplomo las palabras del sacerdote y mostró otra fotografía en blanco y negro, esta de mayor tamaño que las otras. Aparecía el paisaje del pueblo pero una profunda maleza parecía envolver el entorno y muchas de las casas estaban casi en ruina. 
- Aquí ven ustedes que será el pueblo dentro de unos 30 años. Desierto. Inexistente. Solo quedarán los edificios, la iglesia incluida, y todo será cubierto por las aguas de un pantano. Porque después de la guerra, de la extensión del virus del mal, el pueblo estará roto, dividido, muerto. La gente se irá marchando y entonces este entorno se verá preferible que sirva para otros menesteres. Pero yo puedo salvar a este pueblo, para eso he venido aquí. Yo he venido aquí para salvarles.
  
Fuera de la casa, se oía un murmullo de gente que iba creciendo. Eran ya altas horas de la madrugada, pero los vecinos de la aldea, sabedores de que algo sucedía en la casa de Eutiquio relacionado con el extraño caminante que acogieron esa misma tarde, no pudieron resistir a la tentación de tratar de averiguar que era exactamente lo que se cocía dentro de aquellos muros. El doctor Núñez daba vueltas alrededor de la estancia mientras escuchaba las últimas palabras del visitante
- Se que puede parecer increíble pero puede que este hombre se trate realmente de alguien que viene del porvenir. Pienso administrar a la esposa del señor alcalde el medicamento que nos ha dado.- el cura y uno de los lugareños que había en el cobertizo, que era secretario del ayuntamiento, hicieron un ostensible gesto de sorpresa- pero tiene usted que contárnoslo todo. Pero será mejor que lo haga solo ante mí y las autoridades del pueblo- miró a Don Cesáreo y al secretario-  usted puede asustar a la gente sencilla con sus fábulas
El hombre de la barba blanca asintió

 
Los alguaciles tardaron lo suyo en devolver a la gente a las casas. En la sacristía de la iglesia, a las tres de la mañana, el alcalde, el cura, el médico, varios representantes del ayuntamiento, un abogado de un pueblo cercano que solía defender los intereses de los habitantes de al aldea y por extraño deseo de forastero,   Tomás, el hijo mayor de Eutiquio, se reunieron con el recién llegado, quien les contó lo siguiente:
- Yo he vivido en el futuro, en su futuro, pero ya no pertenezco a él. Desde hace tiempo, en un momento dado de mi existencia, abandoné el transcurrir del tiempo normal para viajar y caminar a través de él,  pudiendo ir cien años hacia atrás y cien años hacia delante tomando como referencia el año en el cual me convertí en un viajero intemporal, que fue en 1970, dentro de cuarenta años. Desde entonces, mi envejecimiento es anormal e irregular, en momentos dados puedo encanecer como un anciano de setenta años pero conservando una piel de hombre de cuarenta, y en poco tiempo mi pelo puede volverse a su color original, moreno, y asemejarme más a un hombre de mediana edad.
Mientras decía esas palabras, el pelo y la barba del hombre intemporal se estaban volviendo castaños, ante la sorpresa del resto. No cabía duda que estaba dicendo la verdad. Don Cesáreo se santiguó.
- Se preguntarán como soy capaz de estos prodigios. Yo desde hace tiempo, desde un equivalente de unos cuarenta años vitales, calculo, era un hombre normal. Yo nací en un pueblo como este, en este año de 1930, y me quedé huérfano muy niño. Hasta los catorce años estuve en una institución para huérfanos que existirá cuando acabe la guerra que tendrá lugar dentro de seis años y que traerá un largo periodo de fanatismo y tiranía. A esa edad terminé en Madrid de aprendiz de relojero, aprendí el oficio y años después puse mi propia relojería en la villa y corte. No sé por qué, pero desde niño siempre me fascinaron los relojes y el tiempo.  Diseñé e inventé relojes que se hicieron muy famosos en toda Europa en la segunda mitad de este siglo y por mi habilidad tuve una oferta para trabajar en Suiza, la cuna de los mejores relojes del mundo. Allí me fui a una importante casa relojera, en 1957, con 27 años. Me casé en Ginebra con una suiza, con la que no tuve hijos y pronto destaqué creando relojes que tuvieron gran éxito- el forastero hizo una pausa- les estoy hablando en pasado, ya que este fue mi pasado, pero ustedes es su futuro- prosiguió- Durante unos años me obsesioné con crear algo único, un reloj que en lugar de avanzar hacia delante lo hiciese hacia atrás, con sus manecillas retrocediendo en la esfera. Me dí cuenta que por increíble que parezca el tiempo en realidad está en manos de los hombres, desde que se inventaron los relojes pues, se han hecho tantos y tantos durante años que han terminado por atrapar el tiempo dentro ellos, quitándoselo a la naturaleza. Pero todos los relojes se han dispuesto para que vayan hacia delante, aunque una cosa es cierta: No todos los relojes concuerdan siempre, hay al menos diferencias en muchos de ellos de un segundo, por eso el tiempo muchas veces se nos escapa a los hombres y se vuelve contra nosotros, huye. Pero aunque lo podamos controlar es imposible dominarlo, ya que los que hacemos relojes no nos ponemos de acuerdo en ajustarlos siempre, y entonces el tiempo siempre será caprichoso y pondrá ante nosotros, los hombres, todas las cosas malas que nos ocurran. Pero hay cosas que se pueden evitar y cambiar viajando hacia atrás en el tiempo.      

Los asistentes al discurso del relojero podían haber mostrado muchos sentimientos ante sus palabras: incredulidad, escepticismo, hastío. Pero lo que tenían en realidad era miedo, miedo de aquel extraño que cambiaba de apariencia física y contaba cosas alucinantes. A medida que avanzaba su relato, fueron recordando todas las cosas extrañas que les había mostrado y que guardaba en su zurrón de cuero. Iban convenciéndose de que decía la verdad, de que era un hombre que había vivido el futuro. El Joven Tomás, por su parte, no sabia muy bien que pintaba ahí ni sabía por que aquel hombre había querido que estuviese allí. Tampoco entendía muy bien las últimas palabras del relojero, demasiado abstractas para su ingenio de mozo de aldea, pero intuía que lo que decía al menos era muy trascendente. Le parecía gracioso aquello del reloj que iba para atrás
- En mil  novecientos sesenta y nueve comencé a trabajar por mi cuenta en el reloj que  avanza hacia atrás, sin conocimiento de mi empresa, que se burlaba de mis ideas. Yo quería poder viajar atrás en el tiempo para cambiar el destino de mi familia, al cual acabó muerta en la guerra, salvo un hermano que pudo sobrevivir, y de paso salvar a mi pueblo natal el cual tuvo un cruel destino.
Don Marcial se estremeció al oír esto.
- Cuando terminé el primer prototipo, efectivamente, las manecillas avanzaban hacia atrás y como yo había deseado, lo hacían a velocidad anormalmente rápida para que el tiempo además transcurriese más rápidamente- podían girar como las hojas de un ventilador-   pero el tiempo no experimentaba cambio alguno. Me llevé una gran decepción Entonces me recluí en mi estudio durante largo tiempo tratando de pensar en algo que me permitiese retroceder en el tiempo. Estuve semanas, meses, sin comer, ni dormir, pero para mí, misteriosamente, no pareció más de un día. No permitía que mi mujer en el estudio y la tuve completamente desatendida hasta que se suicidó lanzándose desde la ventana. Yo lo oí desde mi estudio y ví desde mi ventana su cuerpo inerte tendido en  el jardín. Habían pasado más de seis meses desde mi reclusión de la que sobreviví milagrosamente. Me quise quitar la vida también, desesperado por la muerte de mi  esposa y por no haber logrado inventar un reloj que hiciese retroceder el tiempo, y entonces no se me ocurrió otra cosa que poner las manecillas a máxima potencia y golpearme en el corazón con el reloj. Debo decir que tuve éxito en mi propósito de desaparecer de la vida en este mundo ya que así fue, el reloj se clavo en mi corazón atravesando mi piel y aún lo tengo aquí metido funcionado, avanzando hacia atrás o hacia delante según mi propia voluntad expresada mediante el pensamiento; lo cierto es que  efectivamente desaparecí, pero nadie encontró mi cuerpo en mi casa de Ginebra. No había muerto en el sentido estricto de la palabra, había pasado a otro estado. Lo siguiente que recuerdo a mi impacto con el reloj fue una especie de infarto seguido de un desvanecimiento, pero después, no puedo precisar cuanto tiempo, me desperté en un paisaje desolado de casas en ruinas y con una gran iglesia idéntica a la de este pueblo, un paisaje de bruma azul como de fondo de mar, con una niebla que transcurría continuamente, casi líquida pero que no  era agua. El cielo, o lo que sea que se encuentra en las  alturas de ese paisaje que es ahora mi hogar cuando no viajo en el tiempo, es negro completamente, pero a veces se puede ver como las ondas de la superficie de un lago. La iglesia, que es idéntica a la de aquí, no tiene manecillas. Entendí que estaba en un lugar donde no transcurría el tiempo, en una atemporalidad. Ahora tenía el reloj dentro de mí, era mi corazón. Probé a pensar en segundos, horas, días, meses y años que iban transcurriendo en mi cerebro a gran velocidad, hacia atrás o hacia delante, y en pocos instantes me veía en diferentes épocas, antes o después de mil novecientos setenta. Nunca en el mi lugar, en este lugar, en esta aldea, en un tiempo pasado o futuro, sino en otros lugares. Mi sino era ahora vagar en el tiempo y ofrecer a la gente cambiar su destino con cosas aún no inventadas que voy recogiendo en viajes a mi futuro. Esto lo ha venido haciendo durante muchísimo tiempo vital para mí, unos cuarenta años, que era la edad que tenía cuando desaparecí en Suiza. Mis viajes hacia adelante o hacia atrás en el tiempo en un margen de cien años tomando como referencia el momento de mi conversión en mercader del tiempo. Eso es lo que soy ahora, pero durante todos estos años no he tenido ningún éxito, no he conseguido cambiar nada. He tardado mucho tiempo en comprender que primero tenía que salvarme a mi mismo y al destino de la gente a la que le debo la vida; solo así por fin moriré de verdad.

Los lugareños escuchaban alucinados el relato del relojero, del mercader del tiempo. No cabía duda que lo que decía podía ser verdad. Don Cesáreo intervino:
- La sabiduría del Señor es grande. Solo él sabe por qué le ha ofrecido este destino sobrenatural. Pero, ¿Quién es usted? Dice que nació en este año
- Yo lo único que sé es que les voy a salvar y voy a salvar a este pueblo. Primero de un destino de guerra y destrucción y después de un destino de abandono y desaparición bajo las aguas de un pantano. Por si se lo preguntaban, mis ropas las he recogido de diferentes años. Y la bolsa, la encargué en la capital de esta provincia poco antes de viajar a Suiza, para poder llevar mis materiales del taller a casa y trabar allí en mis horas muertas. Quise una bolsa muy peculiar y única y se la encargué al mejor trabajador en cuero de mi región de origen, el cual dicho sea de paso  trabajó con probado esmero. Desde entonces esta bolsa me acompañó siempre y supe tiempo después que su fabricante había nacido en el pueblo donde yo nací. Averigüé como se llamaba y al comprobar que su apellido era el mismo que el mió, intuí que podíamos ser parientes, o hermanos. Quise ponerme en contacto con él en un viaje de regresa a España, pero había fallecido un año antes, hacia 1965. Al averiguar esto, mi cariño hacia al bolsa creció, tale es así que me la llevé en el retiro en mi taller particular y decidí ponérmela al intentar suicidarme, iba a morir conmigo. Pero cuando accedí a mi limbo intemporal, vi que había cambiado prodigiosamente, podía almacenar gran cantidad de cosas en número peso y tamaño superiores al de la propia bolsa. En ella puedo guardar ahora prácticamente todo lo que quiera, salvo objetos que nos sean excesivamente grandes ni pesados


Todos los asistentes se estremecieron ante las últimas palabras del mercader del tiempo y permanecieron en silencio durante largo tiempo. Tomás tenía los ojos abiertos como platos y no se atrevía a pronunciar palabra. Fue el médico quien rompió el silencio.
- Usted ha venido para salvar a sus padres, a su familia, ya todos los habitantes del pueblo. Ahora mismo, a unos metros, usted esta durmiendo en su cuna en la casa de Eutiquio. Díganos, Rafael, que es lo que tenemos que hacer.   

Continuará