jueves, febrero 10, 2011

El aparatito de Lumiere - 127 HORAS (127 HOURS)




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Como suele suceder, cuando un director obtiene un éxito de público importante con una película ya demás consigue el oscar a la mejor película, el estreno de su siguiente filme siempre esta lleno de expectación, y si además se trata de un director generalmente alabado por la crítica y con la etiqueta de “de culto”, pues la expectación es aún mayor. Esto es lo que ocurre con la nueva película de Danny Boyle tras el éxito obtenido por Slumdog Millionaire (2008). Una vez más, el director británico -que en los 90 fue junto con Tarantino el hombre de moda en los círculos cinéfilos- se encuentra con una buena colección de nominaciones a los premios de la Academia de Hollywood, aunque este 127 Horas no sea una película tan brillante como aquella epopeya social-cuento de hadas indio. Esta vez Boyle ha decidido contar una increíble historia real, la de un joven norteamericano aficionado a la espeleología y la montaña llamado Aron Ralston, que en 2003 se quedó atrapado en un cañón del desierto de      Utah, aprisionado por una roca que cayó justo encima de su brazo. Fueron 127 las horas que pasó en el interior de la sima con su brazo atrapado y con escasez de víveres hasta que tomo una decisión realmente cruda para poder salir de allí, algo que parecía totalmente imposible. Todo el calvario de Aron -psicológico y físico-  trata de reflejarse en los 93 minutos de esta película, que abarcan toda la estancia del joven en el cañón, más él como llegó y el cómo salió de la situación. Danny Boyle consigue que no se trate de una película de supervivencia más, ya que logra dar a la historia un extraño toque de crónica extravagante y con un punto kafkiano, la mejor manera para narrar un drama de estas características en una situación en al cual el protagonista flirtea con la muerte por una maldita casualidad que le arroja a una situación patéticamente angustiosa. En ese sentido, Danny Boyle ha conseguido una película original y poco previsible y esos son sus puntos fuertes. Por lo demás, lo complicado del material de partida termina por dejar a medio gas la película.

Aunque siempre esta la duda de si todo lo que nos cuentan es real o exagerado (el guión, escrito por el propio Boyle y Simon Beaufoy se basa en un libro escrito por el propio Ralston sobre su experiencia), no hay que desdeñar un guión muy bien presentado y que se refuerza en muchos y variados recursos dramáticos y cinematográficos (flashbacks, representaciones oníricas, soliloquios, imposibles planos detalle, montaje “de autor”, imagen múltiple, detalles simbolico-poéticos) así como cierto sentido del humor servido por el carácter del propio personaje de Aron Ralston. Boyle imprime su sello con un montaje taquicardiaco insólitamente insertado en una película de escasísimos escenarios y con efectos especiales rebuscados unidos a una apabullante fotografía con impresionantes paisajes desérticos de Utah y travellings espectaculares, especialmente al comienzo de la película. James Franco, que interpreta a Ralston, el único personaje con importancia, esta genial en su omnipresencia - no podía ser de otro modo- en la cinta: a Colin Firth y Javier Bardem les ha salido un serio competidor en el Oscar al mejor actor.  Es necesario mencionar que la escena en la cual Aron lleva a cabo su decisión salomónica para salir de su aprisionamiento no es apta para sensibles ni para personas con el estómago delicado. Aunque lo extraño del planteamiento de la peli puede que no sea del gusto de todo el mundo y que la historia en sí no llegue a ser todo lo épica que podía haber sido por su tendencia (innecesaria) a meterse en detalles anecdóticos, merece la pena ser vista. 

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