sábado, febrero 12, 2011

MATERIAL EGB AÑOS 70-80: THE GREATEST HITS


 
Los rotuladores Carioca, las pinturillas Pastidecor y Lapiz-Hito, la plastilina Jovi, los bolis Bic, los lápices Alpino, los estuches y plumiers de Pelikan. No había escolar en las décadas de los 70 y 80 que no los conociese y que no hubiese tenido la oportunidad de tenerlos en sus manos en las aulas o en casa haciendo los deberes. Estos productos de material escolar fueron el pan nuestro de cada día de unas cuantas generaciones de niños y niñas escolares hispánicos que crecieron durante las décadas de los 70 y 80 fruto del Baby Boom español desde finales de los 60 hasta bien entrados los 70. El carácter de cotidianidad de este material y el hecho de ser fabricado y distribuido masivamente por empresas que se especializaron en el lucrativo negocio de la “máquina y herramienta” escolar, terminó por convertir a estos productos en auténticos standards de la cultura infantil, universalmente conocidos por sus pequeños consumidores y también por padres, comerciantes y profesionales de la enseñanza. Unos auténticos tótems, vamos.

Fuimos muchos los que pintamos con Plastidecor o con ceras Manley, los que teníamos las entrañables carteras de correas o cremalleras, o los que pegábamos con cola blanca o pegamento Imedio. El paso del tiempo y el auge de la nostalgia ochentera han convertido a estos objetos en venerados iconos pop, relativamente fáciles de encontrar en muchas páginas de venta por internet como preciadas antigüedades. He aquí un muestrario de los materiales escolares más populares en España durante las décadas de los 70 y 80.


Las carteras, todo en maletas en miniatura   

Las carteras del cole en los años 70 y 80 eran sin duda (y lo siguen siendo) el elemento diferenciador y característico del niño o niña en edad escolar. En aquellas décadas el modelo más de mochila, aunque existía, no era el más popular (aunque tal vez sí en la enseñanza secundaría), lo que se estilaban eran las carteras, eso, carteras: maletas en miniatura con asa y dos cierres de hebilla o de correa. Muchas eran de cuero, otras de otro material sintético. Debido al motrollón de modelos que existían y que llegaron a comercializarse, es imposible hablar de una marca o modelo que -como en el caso del resto de productos que presentamos aquí- fuese con diferencia la más utilizada o la única. Eso sí, la marca más popular era sin duda las míticas carteras Perona, empresa pionera en la implantación de combinaciones en algunas carteras cual cajas fuertes y en el lanzamiento de carteras con alarma (como si dentro alguien llevase lingotes de oro…)     


Los motivos decorativos y conceptos de las carteras eran también muy variados: dibujos de animalitos en las edades más tempranas, tonos rosas y dibujitos ñoñis de niñas de la Casa de la Pradera para las pequeñas féminas (la omnipresente y célebre línea Mary May era especialmente vomitiva), coches y aviones para ellos, escenas deportivas, grecas y filigranas, y, como no, merchandising  de series de TV, películas, franquicias multimedia (como Hello Kitty, que hizo su aparición en Europa a principios de los 80 o la Disney), personajes de dibujos animados, de cómic (Snoopy fue todo un divo del material escolar) y eventos como Juegos Olímpicos o campeonatos deportivos internacionales como el mundial de futbol (Naranjito, esa leyenda).  ¿Y dentro que se llevaba? Pues a parte de los libros de texto, los cuadernillos de problemas de Rubio, cuadernos cuadriculados o milimetrados en espiral (a ser posible marca Centauro o si no la de aquel logo del vikingo bizarro de cuyo nombre ni me acuerdo) y el inevitable bocadillo o bollo para el recreo, uno se podía encontrar lo que a continuación se describe. 


Rotuladores Carioca, tú pinta hasta que revienten (o se gasten)

Los rotuladores de colores (“rotus” en el argot escolar o incluso “reguladores” o “retus”) eran un preciado objeto entre los colegiales de los 80 aunque no se utilizase mucho, ya que los profes preferían que la chiquillada pintase dibujos con pinturillas o lápices de colores. Por otra parte, su utilización no era cómoda para los menesteres artísticos ya que si se apretaban mucho solía romperse su punta de fieltro o ya en casos extremos perforaba hasta el folio. Pero tener toda una amplia  gama cromática de rotus era sin duda toda una señal de distinción en las aulas.

 
 
La marca más consumida en los 70 y 80 fue sin duda Carioca, de la empresa Universal. Se vendían en cajas de cartón o estuches de plástico transparente con diferente número de rotuladores (y por lo tanto de colores, de 6 hasta 36) y aunque existentes hoy en día, su sola mención evoca un símbolo de la era de la  EGB. La mascota de sus cajas, el sheriff Carioca Jo, es una imagen clavada en al retina de treintañeros y cuarentañeros.     


Lápices de colores Alpino, el glamour del estuche



Utilizar lápices de colores para las clases de plástica o de dibujo era un lujazo en cuanto a la calidad final del dibujo en cuestión si lo comparamos con los pedacitos de plástico que dejaban en el papel las Plastidecor o lo que manchaban las pinturas de cera. La mejor y mas popular marca de lápices de colorines era la mítica Alpino, cuya fábrica en la provincia de Barcelona cerró en 2006. Los “alpino” venían en cajas de cartón de diferentes tamaños y número de lápices, y no era raro encontrarlos todos alineados en una de las hojas de los hoy vintage estuches de cremallera. Había cajas de hasta 36 colores. La imagen de las cajas, el cervatillo corriendo por el supuesto paisaje de loso Alpes junto con el lápiz señal es todo un icono


Los dos Bolígrafos Bic, la extraña pareja

 
A partir de 3º curso (el primer curso del Ciclo Medio de la vieja EGB) era cuando la chavalería empezaba a utilizar el bolígrafo en detrimento del lápiz, hasta entonces cosa de mayores. Los más usados, sin duda los Bic, la empresa boligrafera española por excelencia. El azul, el rojo (para resaltar) o incluso el negro, pero casi siempre en su versión de cuerpo transparente, el Bic Cristal. Porque Bic tenía dos modelos de boli ordinario, sumamente popularizados por un célebre anuncio televisivo: el Bic Naranja, que escribía fino, y el Bic Cristal, que escribía normal. El Naranja era con diferencia bastante menos utilizado que el Cristal en el mundo escolar de antaño, tal vez por lo birria de su trazo.


Pinturas de colores Plastidecor, coloreando sin enguarrarse    

Bueno, bueno, cuantas memorias hacen retrotraer las “pinturillas” por excelencia. Fabricadas por Conté y siempre en sus cajas blancas de cartón con su arco iris dibujado y sus (parcialmente falsas) propiedades escritas en la parte de atrás de la caja (no ensucian, no se rompen, se pueden borrar) posiblemente no exista ningún ser huamno que hoy tenga entre 30 y 45 años que no las haya utilizado. Es cierto que las tan cacareadas y publicitadas excelencias de estas pinturas plásticas realmente cómodas y eficaces para dibujar eran algo engañufla: se rompían a la primera, se borraban haciendo un esfuerzo sobrehumano (y siempre quedaba algo de color en la hoja) y posiblemente no te ensuciabas, pero te ponían perdido el estuche, la cartera, o cualquier objeto textil donde se encontrasen durante un tiempo prolongado.
 

Pero es necesario hacer honor a las Plastidecor. Es cierto que tendían fácilmente al desgaste, pero aún así duraban bastante (y eso que al sacarlas punta también se desgastaban cosa mala) y todo el mundo recuerda aquel semi alucinógeno aroma que desprendían. La comercialización más común eran las cajas de 12 pinturas, pero también existían las de 18 y 24, esta última con una gama cromática con la que muchos tuvieron contacto por primera vez (la mítica pinturilla de color carne), aunque era relativamente difícil de conseguir.    


Los estuches y plumiers, cuanto más mejor


En la década de los 70 reinaron los (hoy casposos) estuches de cremallera, ya bien en su modesta y rudimentaria versión bolsa-barrita (con todos los bolis, lápices y gomas de borrar ahí desperdigados) o bien los cuadrados o rectangulares en donde el material iba cuidadosamente introducido y guardado mediante solapas y aros varios. Estos estuches tuvieron su tirón hasta más o menos la primera mitad de los 80, perfeccionando su apariencia y prestaciones como el hecho de llevar ya incorporado el material de escritura (muchas veces incluidas reglas, escuadras, plantillas absurdas e incluso compases, además de bolis, lápices, gomas y sacapuntas) o tener varios pisos, pero no pudieron evitar el auge de los pesados plumieres de plástico, que para muchos eran todo un lujo. Algunos plumieres a veces eran harto difíciles de abrir y si se caían al suelo, siempre algo de su estructura se rompía. Los más solicitados eran los de la marca Pelikan, aunque también fabricaba Perona. Tanto en los estuches como en los plumiers, lo que más valoraba la chavalería era el número y la variedad de cosas que venían allí    


Pinturas de cera Manley, los crímenes de la caja de ceras


En las clases de dibujo eran las pinturas favoritas. Cierto que ensuciaban horrores, que eran engorrosas y que la sola rotura de una de ellas podía ocasionar serios desmanes higiénicos en ropa, manos, suelos, etc, pero su éxito fue enorme. Eran las míticas pinturas de cera Manley, as cuales aún resisten firmes al paso del tiempo. Eran “las ceras” por excelencia (yo no conocí ninguna otra marca de pinturas de cera o al menos no me acuerdo de ellas) y con ellas uno se sentía como todo un artista bohemio. Los famosos dibujos de siluetas de colores sobre fondo negro (efecto “cuasi mágico” que te enseñaban mediante el engorroso procedimiento de las franjas de colores cubiertas de negro) eran el principal hito artístico que se lograba con estas pinturas envueltas en papelillo dorado y dispuestas en las características cajas moradas, amarillas y blancas.   


El pegamento Imedio y otras cosas de pegar

El pegamento escolar por excelencia en la época de la EGB fue el pegamento Imedio en su versión “banda azul” metido el tubito en su caja azul y blanca. Este pegamento transparente se caracterizaba por la facilidad con al que llenaba las manos de los escolares de molesto pegote solidificado. Su olor era de los que no se olvidan, como también la leyenda (que al final resultó ser cierta) de que uno se podía colocar con ellos y terminar como el yonki colgao del barrio.


Pero el popular Imedio no estuvo solo; también se empleaba en menor medida el Supergen, un pegamento pegatodo que resultaba excesivamente caro para el uso escolar y sobre todo la cola blanca o “cola de carpintero”, que no ensuciaba tanto y que era más fácil de utilizar, aunque lo que era pegar, papeles y poco más. 


Pinturas de colores Lapiz Hito, los petit suisse de las pinturillas

 
Las punturillas de plástico Lapiz- Hito, fabricadas por Jovi (los de las plastilinas) fueron populares, sí, pero ¿Qué sentido tenían? Más pequeñas que las Plastidecor, rompibles solo con la mirada, más limitadas a la hora de pintar en definitiva que otras pinturas…Si realizando analogías con otros objetos de consumo infantil de la época,  las Plastidecor fueron los como yogures de sabores en pinturas, las Lapiz-Hito serían algo así como los petit suisse. Siguen existiendo, no te lopierdas, aunque el supuesto oso de sus cajas haya cambaido de diseño

 
Plastilina Jovi, ¿forja de aristas contemporáneos?


 Jovi, empresa especializada en productos de “educación artística” tuvo como producto estrella sus célebres pastillas de plastilina, todo un must en la educación preescolar y el ciclo inicial de la EGB en los 70 y 80. Esta casa - aún existente-  tenía prácticamente el monopolio en cuanto a la producción de plastilina durante esos años, ya que por ejemplo los yankis de Play Doh fabricaban una plastilina de textura diferente  ala Jovi solo para el mercado lúdico y jueguetero, nada de escolar. Ya que esto no era algo que las familias de los alumnos compraban, los colegios eran los que se hacían de generosos contingentes de plastilina Jovi. Fue la primera aproximación de muchos y muchas a la escultura o la creación en tres dimensiones, aunque luego la mayor aprte no volviese tan siquiera a oler tales menesteres.



Y nos hemos dejado en el tintero: Las gomas Milan, los cuadernos de caligrafía y de matemáticas Rubio, los lápices Staedler, los cuadernos Centauro…Esto es lo que pase con las recopilaciones, que al final no hay espacio o tiempo para todo.    

jueves, febrero 10, 2011

El aparatito de Lumiere - 127 HORAS (127 HOURS)




***
 
Como suele suceder, cuando un director obtiene un éxito de público importante con una película ya demás consigue el oscar a la mejor película, el estreno de su siguiente filme siempre esta lleno de expectación, y si además se trata de un director generalmente alabado por la crítica y con la etiqueta de “de culto”, pues la expectación es aún mayor. Esto es lo que ocurre con la nueva película de Danny Boyle tras el éxito obtenido por Slumdog Millionaire (2008). Una vez más, el director británico -que en los 90 fue junto con Tarantino el hombre de moda en los círculos cinéfilos- se encuentra con una buena colección de nominaciones a los premios de la Academia de Hollywood, aunque este 127 Horas no sea una película tan brillante como aquella epopeya social-cuento de hadas indio. Esta vez Boyle ha decidido contar una increíble historia real, la de un joven norteamericano aficionado a la espeleología y la montaña llamado Aron Ralston, que en 2003 se quedó atrapado en un cañón del desierto de      Utah, aprisionado por una roca que cayó justo encima de su brazo. Fueron 127 las horas que pasó en el interior de la sima con su brazo atrapado y con escasez de víveres hasta que tomo una decisión realmente cruda para poder salir de allí, algo que parecía totalmente imposible. Todo el calvario de Aron -psicológico y físico-  trata de reflejarse en los 93 minutos de esta película, que abarcan toda la estancia del joven en el cañón, más él como llegó y el cómo salió de la situación. Danny Boyle consigue que no se trate de una película de supervivencia más, ya que logra dar a la historia un extraño toque de crónica extravagante y con un punto kafkiano, la mejor manera para narrar un drama de estas características en una situación en al cual el protagonista flirtea con la muerte por una maldita casualidad que le arroja a una situación patéticamente angustiosa. En ese sentido, Danny Boyle ha conseguido una película original y poco previsible y esos son sus puntos fuertes. Por lo demás, lo complicado del material de partida termina por dejar a medio gas la película.

Aunque siempre esta la duda de si todo lo que nos cuentan es real o exagerado (el guión, escrito por el propio Boyle y Simon Beaufoy se basa en un libro escrito por el propio Ralston sobre su experiencia), no hay que desdeñar un guión muy bien presentado y que se refuerza en muchos y variados recursos dramáticos y cinematográficos (flashbacks, representaciones oníricas, soliloquios, imposibles planos detalle, montaje “de autor”, imagen múltiple, detalles simbolico-poéticos) así como cierto sentido del humor servido por el carácter del propio personaje de Aron Ralston. Boyle imprime su sello con un montaje taquicardiaco insólitamente insertado en una película de escasísimos escenarios y con efectos especiales rebuscados unidos a una apabullante fotografía con impresionantes paisajes desérticos de Utah y travellings espectaculares, especialmente al comienzo de la película. James Franco, que interpreta a Ralston, el único personaje con importancia, esta genial en su omnipresencia - no podía ser de otro modo- en la cinta: a Colin Firth y Javier Bardem les ha salido un serio competidor en el Oscar al mejor actor.  Es necesario mencionar que la escena en la cual Aron lleva a cabo su decisión salomónica para salir de su aprisionamiento no es apta para sensibles ni para personas con el estómago delicado. Aunque lo extraño del planteamiento de la peli puede que no sea del gusto de todo el mundo y que la historia en sí no llegue a ser todo lo épica que podía haber sido por su tendencia (innecesaria) a meterse en detalles anecdóticos, merece la pena ser vista.