sábado, septiembre 24, 2011

EL LIBRO DE COVINGTON (II) Relato de ficción




 
III


La noche estaba llegando ya, pero en el interior de la trastienda de la librería Rojo y Negro no había ventana alguna y era como si al entrar allí - una habitación gris llena de bloques de folios, cuadernos, cajas de cartón, algunos libros en estanterías y un par de sillas- uno perdiese la noción del tiempo si estaba un rato prolongado tal y como suele ocurrir en todos los espacios cerrados sin contacto con el exterior, y por ello Marina ignoraba que ya eran más de las nueve de la noche. Ella escuchaba con atención, apoyada en la pared, las palabras de Nicholas Carmichael sentado en una silla, aquel coleccionista de libros antiguos convencido de que por fin había hallado lo que estaba buscando aunque aparentemente no tuviese ninguna prueba.


Carmichael le habló a Marina de Guy Covington. Había nacido en 1847 en Guilford, Surrey. A los siete años se trasladó con su familia a la India, ya que su padre fue un coronel del ejército británico destinado a aquel país que más tarde llegó a general luchando contra los rebeldes en la revuelta de 1857. El pequeño Guy vivió en la joya de la corona del imperio británico hasta 1860, año en el que la familia se estableció en Londres. Durante su estancia en la India, Covington trabó una estrecha relación con su tío materno, un naturalista que se había asentado en aquel país tras recorrer gran parte de Asia y de África buscando nuevas especies de animales y plantas y en asa largas ausencias en misiones del general Covington llevó varios veranos de viaje a su hermana y su sobrino por Pakistan, China, Siam, el oriente próximo. De nuevo en Inglaterra, en 1865, Guy Covington comenzó a estudiar leyes en Oxford, pero solo un año después dejó los estudios y decidió viajar como pudo por varias partes del mundo durante cinco años: que se tenga constancia, las indias orientales, África del norte, Rusia, Mongolia, Egipto, Brasil, Perú, México, Norteamérica y casi  toda Europa. En las Américas debió hacer fortuna y una vez de vuelta a la Gran Bretaña, el joven Covington fundó una fábrica de algodón y comenzó a fundar obras benéficas, especialmente para huérfanos. Era un hombre muy culto (su madre era una propietaria de una amplia biblioteca) y ya antes de los 30 años frecuentaba ambientes literarios, artísticos y científicos conociendo a  Darwin, Charles Lyell, Thomas Huxley, John Ruskin, Thomas Hardy, Tennyson, y los hermanos Rosetti, entre otros, además de seguir viajando siempre que podía. En 1877, con 30 años, Guy Covington fue nombrado Caballero del imperio Británico por la reina Victoria por sus obras de caridad en el sur de Inglaterra y es aquel año cuando decide escribir un libro del que ordena solo imprimir un ejemplar. De lo que trataba ese libro sin título y perdido desde hace 30 años solo hay conjeturas: se cree que allí se contaban sus vivencias en los diversos países que visitó, también que hacia un compendio de las maravillas que vio: monumentos, obras de arte, maravillas naturales, paisajes, selvas, ríos, animales. También se dice que hablaba de las virtudes de los habitantes de diferentes pueblos y razas que conoció tratando de hacer un estudio de la bondad humana en los diferentes países. No faltaban tampoco los que sostenían que en el libro figuraban grabados hechos por el mismo Covington representando varios parajes y objetos artísticos del mundo, hechos con una total minuciosidad y realismo que resultaban sobrenaturalmente hermosos. No obstante no se sabía o se tenía constancia de si Guy Covington sabía dibujar o pintar, nadie nunca había visto ningún dibujo hecho por él.        


Marina pensó que era muy extraño que ella jamás hubiese oído hablar de ese tal Guy Covington ni hubiese leído en ninguna parte nada sobre él. Carmichael dijo que era imposible averiguar sobre el por las “vías ordinarias”, y que él llego a saber su historia y la de su libro después de investigar un tiempo la literatura inglesa y el mundo editorial británico de finales del siglo XIX. Tampoco dijo como, y Marina realmente no tenía ganas de preguntarle más, estaba convencida de que Carmichael era un charlatán, un farsante. Pensó que la mejor manera de cortar la situación era dar por concluida la reunión, y hacer que el coleccionista se volviese a su hotel dejándole claro que no quería ninguna reunión posterior ni seguir hablando sobre el tema. No se explicaba como podía haber recorrido tantos kilómetros para tratar de engañarla con una historia así


- Si lo desea, podemos poner fin a esta reunión. Noto que esta historia no le convence, pero estoy convencido de que el Covington Book esta aquí, solo hace falta buscarlo.
- Eso es imposible. No solo se de memoria los libros que tenemos en venta o que llegan al almacén, sino que además le aseguro que en ninguna de las cajas, cajones o estanterías hay ningún libro perdido
- ¿Ha mirado en las partes traseras de las estanterías, por si hay algún libro puesto a  lo largo, detrás de las hileras de ejemplares?
- Desde luego que no hay ningún libro así, yo misma compruebo las estanterías todos los días.
- Bueno, yo creo que si busca bien puede que encuentre algo. Me temo que debo irme ya, es muy tarde. He hecho una reserva de tres noches y mañana volveré a esta librería sobre las cuatro horas de la tarde, espero que para entonces usted haya tenido tiempo de revisar la tienda lo mejor posible, siempre que la atención a la clientela se lo permita. Buenas noches
Carmichael cruzó la puerta de la trastienda. Marina se quedó inmóvil, aún confusa  con aquel extraño encuentro. Aunque ya no veía al inglés, percibía que aún no había abandonado la tienda, como si permaneciese ante la puerta de al librería esperando que Marina le dijese algo más.  
- ¿Cómo llegó ese libro a esta librería?- Gritó desde la trastienda.




IV


Carmichael volvió para explicar el periplo del libro. En 1882, Sir Guy Covington se encontraba en Francia con el único ejemplar de su libro. En años anteriores en aquel país descubrió un monasterio cisterciense, hoy desaparecido, cerca de Burdeos y decidió confiar a los monjes la custodia de su libro, con la condición de que no lo abriesen jamás y que pasado un tiempo prudencial, se deshiciesen de él quemándole. Dos meses después, Sir Guy falleció en Inglaterra en un duelo muy posiblemente con un editor por un asunto de estafa o tal vez algo relacionado con el libro. Sea como fuere, un editor viajó hacia el monasterio francés poco después y compró el libro a los monjes, quienes incumplieron su palabra. Al parecer el editor vendió inmediatamente el libro a una librería de Burdeos con las instrucciones de ser escondido en secreto hasta que otra persona lo comprase, esa parecía haber sido la última voluntad de Covington en el lecho de muerte, no obstante el editor quiso vender el libro por un precio muy alto, a lo que el dueño de la tienda se negó. Al día siguiente, la librería fue pasto de las llamas. El editor inglés entonces ofreció el libro a otra librería, también de las  mejores de Burdeos, y esta aceptó comprar el libro al enorme precio estipulado, comprometiéndose a esconderlo hasta la aparición de un nuevo comprador. El libro de Covington estuvo en aquella librería hasta 1904. Según Carmichael, se sabe que en aquel 1904 un librero y coleccionista de Nantes supo de la historia del libro de Covington y averiguó- no se sabe de que manera- que se encontraba en Burdeos. Se trasladó allí y ofreció una cantidad muy pequeña por el libro, a lo que los propietarios del establecimiento se negaron. Cinco días después a aquel librero se le diagnóstico tuberculosis y no tardó en morir. Antes comunicó a un reputado colega suyo de Marsella la existencia de ese libro por el que podía obtener una sustanciosa cantidad si lo vendía posteriormente a buen precio  en su establecimiento, ya que él no estaba dispuesto a pagar un precio desorbitado por un libro del que era muy posible que no obtuviese ninguna ganancia ya que el nuevo comprador podía aparecer una vez él hubiese muerto. El marsellés pensó sensatamente en que merecería la pena gastarse el dinero en un artículo que si a él no le reportaría beneficio, sí a sus herederos en el negocio. Compró el libro en Burdeos cuatro meses después de que su colega de Nantes rechazase su compra y siguiendo las instrucciones dictadas por los libreros bordeleses lo escondió en su establecimiento. La librería de Burdeos consiguió ser una de las más importantes del sur de Francia hasta los años 20. 


El libro permaneció en Marsella hasta 1939. Para entonces, el dueño fundador de la librería ya había fallecido y fue entonces cuando un periodista español, exiliado  con la guerra civil, apareció en la librería. El había sabido no solo de  la  historia del libro, sino del malditismo que le perseguía. Sabía también que cada uno de los nuevos propietarios del libro habían intentado abrir aquel libro que los monjes franceses habían resguardado con una especie cierre-hebilla de muy complicada apertura ya que contenía una clave secreta de números cuya combinación llegó a ser averiguada por los custodiadores tras múltiples intentos y varios años, y que al contemplar su interior del libros se quedaron extasiados ante tanta belleza que decidieron no volver a abrirlo en sucesivas ocasiones, cerrándolo con una nueva clave. El periodista, enterado de las terribles consecuencias de tratar de negociar a la baja con el libro, aceptó el enorme precio impuesto por los libreros y se volvió con él a su actual residencia en una localidad francesa cerca de los pirineos. Cuando estalló la II Guerra Mundial el español aún no había conseguido vender el libro a ninguna librería de Francia, aunque se daba el hecho de que todas las librerías que lo rechazaron desaparecieron durante la contienda. Solo un joven coleccionista de libros parisino se interesó por el libro –al parecer la leyenda de que el libro se encontraba en el sur del país corrió como la pólvora entre los bibliófilos franceses- y lo adquirió a un precio prudente en 1943. Tras el armisticio, puso una pequeña librería de ocasión en el Barrio Latino de París donde escondió el libro: había fundado la librería solo para guardar el libro de Covington. En 1947, un empresario zaragozano que hacía bastantes negocios en Francia compró el Covington Book a un enorme precio para la época, tanto es así, que el dueño de la librería de París pudo montar toda una editorial. El empresario, que muy posiblemente hubiese conocido al periodista español y por el supiese la existencia del libro, guardó el ejemplar en una librería de ocasión que inauguró en Zaragoza solo para custodiarlo. No obstante, él prefirió deshacerse del libro por su cuenta ante la perspectiva de que el comprador tardaría en llegar, y durante los años 50 del siglo XX contactó con varios coleccionistas y buscadores de libros antiguos para que lo adquiriesen pero sin éxito mientras el libro permanecía escondido en la librería. Tras el fracaso con los coleccionistas, probó con empresarios e industriales de otros sectores y sin éxito. También en librerías de todo tipo en toda España y no consiguió nada. Solo quedaba una opción, ¿Podía comprar aquel libro alguien de a pie que le gustaba leer, que le gustaban los libros?

El gerente de la librería de Zaragoza, previa orden de su patrón, se dedicó a captar de entre los escasos clientes del establecimiento quien podía aceptar adquirir un artículo de esas características y se comenzó así una estrategia consistente en dirigirse por parte del gerente a clientes para comunicarles la existencia de un antiguo  libro fabuloso cuya contemplación de su belleza provocaba el síndrome de Stendhal. Había gente que no creía esa historia y otros aseguraban no tener dinero para comprar ese libro. Finalmente, en 1959, un cliente de otra ciudad muy aficionado a los libros clásicos que andaba buscando ediciones antiguas de Stendhal al parecer mostró el mayor interés hasta entonces por el libro de Covington y por su historia, pero no podía pagarlo. El gerente de la tienda llegó a mostrárselo, y el cliente en un descuido, lo robó. Se tenía certeza de que poco después fundó una librería de ocasión en su ciudad, la misma ciudad donde Nicholas y Marina se encontraban ahora, allí es donde sin duda se encontraba el libro de Covington. Nadie  lo había comprado ni tratado de comprar durante más de 50 años, salvo George, el abuelo de Nicholas Carmichael, también aficionado al bibliocoleccionismo que fracasó en su empeño por hacerse con el libro ya que el propietario de la librería le exigía un precio muy alto. El abuelo de Nicholas se interesó mucho por la historia del Covington Book durante toda su vida pero no contó todo esto a sus hijos, solo a su nieto y poco antes de su muerte, el deseaba que fuese él quien se hiciese con el libro. George Carmichael también llegó a  saber- y así se lo hizo saber a su nieto - que el libro llegó a aquella librería robado por primera vez en toda su historia y que comprarlo por su valor real sería un acto de justicia, sobre todo cuando se daba el hecho de que los Carmichael eran descendientes del hombre que mató a Covington en duelo por un dinero que el joven aventurero no devolvió a su editor por otro libro que jamás se imprimió: el editor quiso como uno de los desagravios hacerse con la propiedad del libro impreso en una única copia, pero Covington se negó.    


- Señorita, su abuelo robó el libro de Covington y lo ahora está escondido aquí en alguna parte. Fue algo muy vil el hecho que lo robase y eso además, dadas las circunstancias extrañas que rodean a este libro, podría traer consecuencias muy graves para su familia. Es muy posible que incluso yo comprándolo, el hecho de que se trate de un libro hurtado, no les libre de su maldición para todos aquellos que intentaron mercadear malamente con él. Si su abuelo no sufrió las consecuencias, sus padres o usted puede que sí.  
- Usted no conoció a mi abuelo, Sr. Carmichael, no era ningún ladrón - Marina estaba roja de ira pero se contuvo de subir mucho la voz con un tenso tono- y ya ha visto que aquí no hay ningún libro con cerrojo ni nada parecido. Por favor, váyase. 
Nicholas Carmichael puso cara de circunstancias, dio media vuelta y abandonó la librería, cuya puerta por cierto estaba cerrada: Marina no se acordó hasta que Carmichael se encontró delante de la puerta y entonces tuvo que abrirla. No hubo ninguna palabra de despedida entre los dos.


Serían casi las diez de la noche. Marina sentía que había estado perdiendo el tiempo, sobre todo con esa última historia, que sobraba. Se había puesto ya la chaqueta, había cogido el bolso y se disponía por fin a ir a casa cuando algo en la estantería que estaba enfrente de la mesa la empezó a inquietar. Se veía una mancha parduzca en una esquina tras una hilera de libros de formato pequeño. Pensó que sería suciedad, pero al acercarse vio que era una superficie como de cuero, de color marrón oscuro. Nos sabía como no la había visto antes, tal vez fuese algo que había dejado verse tras andar trasteando Carmichael en los libros. No era muy habitual que los clientes anduviesen con tanta intensidad en los libros expuestos y cuando esto ocurría solían dejar los libros puestos en las estanterías de mala manera y desordenados esto era lo que había ocurrido y ahora se veía que había otro libro detrás de la hilera de aquel estante. Apartó los libros que estorban y cogió aquel ejemplar, era un libro gordo y con aspecto de ser muy antiguo. Estaba cubierto de polvo pero se veía claramente su color marrón oscuro. La cubierta era de cuero con varios motivos dorados en la cubierta, contraportada y lomo. No ponía título alguno y pesaba lo suyo porque estaba cerrado con una especie de hebilla de estaño que atravesaba el lomo y parte de la cubierta. En la parte de la cubierta había una apertura con cuatro números grabados sobre hierro. En el lomo pudo ver unas pequeñas iniciales grabadas en la parte inferior de este: GC.

No lo podía creer, aquel libro existía y estaba allí.  



CONTINUARÁ

martes, septiembre 20, 2011

El aparatito de Lumiere COWBOYS & ALIENS / LA PIEL QUE HABITO

COWBOYS & ALIENS 

 
 *

Catorce años han pasado desde que este proyecto comenzó a gestarse hasta su estreno. Varios guiones desechados y modificados y un sin fin de nombres implicados hasta que Jon Favreau fue elegido como director, con Steven Spielberg de productor y como protagonistas, ni más ni menos que el James Bond actual, Daniel Craig, y Indiana Jones de toda la vida, Harrison Ford (no es la primera vez que actores que encarnan a estos dos personajes de ficción se juntan en la pantalla). Y el resultado, pues un total despropósito en esta nada convincente hibridación de dos géneros-nicho con marcada personalidad exclusiva como son el western y la ciencia ficción. No se sabe si esto es un homenaje a las series B, a los pulp o una relectura de ambos géneros en clave de tributo cinéfilo que al final resulta una cosa un poco paródica y sin un gramo de voluntad de ganarse una credibilidad ni tan siquiera mediante guiños frikis o algún ejercicio no ya de homenaje sino de  respeto a un género tan significativo en la historia del cine como es el western. Un guión mínimo y pueril y todo un conglomerado de tópicos del mundo del far west en cuanto a personajes, escenarios y situaciones reducidos a lo más manido y previsible, no lo gran levantar una película que no constituye ni tan siquiera un entretenimiento.

Es cierto que los efectos especiales están conseguidos y que los actores se esfuerzan en dar empaque a sus personajes, especialmente Daniel Craig en el papel de un forajido desnortado y amnésico con un misterioso brazalete que llega sin saber como a al típico pueblo del oeste, pero falta aventura, acción, una historia más elaborada y sobre todo inteligencia. Una pena, porque  pese a lo delirante del planteamiento de la película, se podía haber conseguido una cosa bastante mejor.  



LA PIEL QUE HABITO

 
 
**

Por mucho que digan Pedro Almodóvar anda últimamente de capa caída. Después de Hable con ella, una de sus últimas joyas, el ínclito cineasta manchego parece ya haberse relajado y pese a mantener aún su indudable buen hacer y sus enormes dotes de narrador, no ha sido capaz de volver a firmar otra gran película e incluso sus más fieles seguidores han tenido que conformarse con películas simplemente aceptables, pasables o incluso irregulares, tal ha sido el caso de La mala educación (2004), Volver (2006) o Los abrazos rotos (2009). En esta ocasión Almodóvar dirige su mirada al thriller con elementos de ciencia ficción en un filme basado en una novela de Thierry Jonquiet cuyo principal atractivo a priori era el reencuentro con su ex protegido y “descubrido” Antonio Banderas, en uno de sus contados regresos al cine español en los últimos 20 años. No esta nada mal el actor malagueño en el complejo rol de un prestigioso cirujano plástico con escabrosos datos en su pasado personal y familiar que emprende una delirante aventura utilizando a un ser humano como cobaya de sus experimentos con una nueva piel transgénica de su invención. Nada se puede reprochar a Banderas, dueño absoluto de la función con un personaje que por desgracia da menos de lo que promete. No tan convincente es la interpretación de su protagonista femenina, Elena Anaya: a ratos ciertamente brillante pero otros un poco cargante (y es que esta chica a mi nunca me ha convencido, pese a lo guapa que es). 

La piel que habito es una película que tiene sus puntos de interés: es un ejercicio narrativo muy bien resuelto con sorpresón incluido (hombre, el espectador puede intuir algo si se le da al tarro mucho juntando algunas piezas) y no abusa ni de sustos ni de tópicos facilones del thriller, pero da la impresión que el director no se ha currado mucho el alcance de la historia y todas sus posibilidades; Almodovar no parece tomarse muy en serio el género fantástico como un genero serio (valga la redundancia), y deja todo a medio hacer y de mala manera. La película parece tomar un tanto bastamente elementos del cine de David Cronemberg, de La Isla del Dr. Moreau, de Frankenstein e incluso de Reanimator (especialmente en lo concerniente al personaje del Mad Doctor) en su vertiente ci-fi mientras que en el plano thriller Hitchcock vuelve a ser la manida referencia, pero todo se queda en una maraña de esbozos.  Como suele ser habitual en Almodóvar, la dirección de actores es impecable con un largo reparto en el que también se encuentran una muy convincente Marisa Paredes como la criada de toda la vida del doctor Lergard, Barbra Lennie, Roberto Álamo, Eduard Fernandez y dos jóvenes descubrimientos: Blanca Suarez como Norma,  la atormentada hija veinteañera del protagonista y Jan Cornet como el esquivo y ambiguo moralmente Vicente, dos personajes que son los que empujan la acción de la película. Por otro lado, resulta ya un poco cansina la costumbre de Almodóvar de incluir personajes y situaciones casi prescindibles (como el de Roberto Álamo) y de estirar el guión con recovecos absurdos.

La piel que habito es una película cuya factura y resultado no se sabe si gustará o no a los más files seguidores del cineasta y es seguro que genere división de opiniones, pero todo eso no evitará que haga una taquilla excelente (como suele ocurrir con el cine de Pedro Almodovar), aunque sea solo por inercia. De todas formas, si el cine español tiene que vivir de películas de este director para cuadrar cuentas, da la impresión de que la gallina de los huevos de oro se va agotar antes de lo pensado.