sábado, septiembre 01, 2012

El aparatto Lumiere SILENCIO DE HIELO / CAFÉ DE FLORÉ



SILENCIO DE HIELO (DAS LETZTE SCHWEIGEN)


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Correcto e interesante thriller-drama teutón que recupera las esencias de las historias sobre serial killers pedófilos esta vez con sentimiento de culpa. No se trata de ninguna película de terror ni de suspense ni tiene ninguna escena escabrosa, Silencio de Hielo es un drama realista, casi cotidiano sobrio y amargo con hechuras de thriller e intriga policial de regusto inequívocamente germánico-continental (metiendo en este saco si se quiere al cine nórdico, aunque este no es el caso) que mantiene al espectador con el alma en un puño con una mezcla de desesperación, tristeza, extrañeza e inquietud. El prometedor realizador suizo Baran bo Odar se ha basado en una novela del alemán Jan Costin para firmar una película muy buen planteada y narrada cuyo personaje central, un arquitecto llamado Tim (Wotan Wilke Möhring) vive un horrible drama moral y de conciencia  cuando  una niña de once años desaparece exactamente 23 años después de que el ayudase indirectamente a un amigo de dudosa reputación a violar y asesinar a una niña de esa misma edad.

Poniendo la investigación policial en un plano esquivo e intermitente, la película apuesta por un juego de pistas en el que el personaje de Tim lleva todo el peso psicológico, con interferencias con  las situaciones de los padres de la niña desaparecida en el momento de la  historia, de la  madre de la niña asesinada en 1986 y de los policías que investigan el caso. La irrupción en la historia de Peer, el perpetrador del primer crimen, será crucial en el devenir de los acontecimientos. Una película muy interesante de ver aunque puede que sin ser explícitamente indigesta no sea plato para todos los gustos. Buenas interpretaciones y una efectiva parquedad narrativa en la película de un director del que dicen está destinado a hacer grandes cosas. Veremos
  

CAFÉ DE FLORE

 
*** y 1/2

Una película un tanto desconcertante al principio pero finalmente efectiva y  agradable es esta coproducción francocanadiense que pese a su (en apariencia) pretenciosidad sabe ofrecer una historia (en realidad dos) interesante y que da bastante que pensar, aunque desde luego que no tira por el camino fácil a la hora de plantearla. Utilizando el cada vez más socorrido recurso de dos historias separadas en el tiempo (en este caso casi 40 años) que de alguna manera u otra terminan relacionándose, el director quebequés Jean-Marc Vallé -que en 2005 dirigiese uno de los últimos éxitos del cine canadiense en lengua francesa, la excelente C.R.A.Z.Y-, ofrece una película de extraño desarrollo pero perfectamente narrada en donde se viene a decir que nuestro destino está ya marcado por vidas pasadas que hemos vivido y de las que no somos conscientes, y que la búsqueda de la felicidad está determinada por los recuerdos de aquello que una vez vivimos en otro tiempo y posiblemente en otro espacio. Así, recurriendo a una puesta en escena en parte realista y en parte simbólico-poética, a un planteamiento cotidiano que no quiere caer en lo fantástico y que por ello recurre a unas sugerentes recreaciones oníricas, y a una historia de fondo en donde el amor aparece como la clave de la búsqueda desesperada de los personajes por la felicidad, Café de Flore resulta una película compleja pero sugerente y que si no fuese por algún momento visualmente pedante o por lo mal que se insertan algunas pequeñas tramas que antojándose claves se embarullan innecesariamente hasta el absurdo, sería una película verdaderamente excelente. La verdad es que el trabajo de Jean-Marc Vallé desde el punto de vista cinematográfico es encomiable, pero a veces se echa en falta una mayor concreción en un puzzle que desde luego resulta fascinante en no pocos momentos.          

Por un lado tenemos en 2011 en Montreal, Quebec a Antoine (Kevin Parent) un exitoso DJ de 40 años que pese haber tenido un feliz matrimonio con dos hijas ha decidido emprender una nueva etapa con una nueva compañera tras divorciarse de su mujer Carole (Hélêne Florent), quien no lo lleva nada bien; y por otro tenemos en los 60 a Jacqueline (Vanessa Paradis) una parisina con un hijo de siete años aquejado del síndrome de down que contra viento y marea decide educarlo como un niño normal en una época en donde los deficientes intelectuales eran casi siempre recluidos en instituciones: un adulto que pese a haber alcanzado la felicidad renuncia a su antigua vida en busca de una supuesta  felicidad mayor y un niño desafortunado que pese a todo consigue ser feliz gracias a las atenciones de su madre pero que inesperadamente descubrirá una fuente mayor de felicidad. Las historias terminarán por encontrar su paralelismo ya que una de las historias (inacabada) encontrará su culminación y explicación en la otra. Una película de sensaciones y también de introspecciones, ya que prácticamente está contada desde el interior de la cabeza de los personajes, de sus sueños, sus miedos, sus obsesiones y sus recuerdos. Este aspecto es tal vez el que más aspereza da a la película con inquietantes momentos de difícil digestión que a veces recuerdan al cine de David Lynch (salvando las distancias), pero al final la lucidez se impone. Una estupenda fotografía, un excelente uso de la música (clave en esta película) mediante canciones ya existentes y una magnífica recreación de ambientes en donde lo real a veces se funde sin explicación con lo irreal, lo fantástico y lo grotesco realzan los méritos de una película sesuda pero más que interesante.

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