miércoles, octubre 03, 2012

El aparatito Lumiere BLANCANIEVES



 
****y 1/2

Pablo Berger, director bilbaíno de brevísima filmografía que comenzó en 1988 con el cortometraje de culto Mamá había dejado constancia en su primer- y tardío- largo Torremolinos 73 (2003) de su valía como cineasta y de su capacidad para en un futuro acometer grandes películas. Su ocupación en los últimos 20 años como profesor de cinematografía en Nueva York ha hecho que en 25 años solamente este filme que nos ocupa y los dos antes citados sean los únicos que conforman su obra, pero la espera ha merecido la pena. Esta poco usual revisitación del cuento Blancanieves y los Siete Enanitos de los hermanos Grimm resulta una película encantadora, extraña y visualmente deslumbrante, un relato entre evasivo, inocentemente moralizante y tremendista que admite múltiples lecturas gracias al manejo inagotable de una amplísima fuente de referencias cinematográficas, literarias y culturales, no conformándose con narrar rutinariamente una historia sino ofreciendo al espectador claves, trampantojos y guiños que conforman una historia ingenua pero inquietante, luminosa pero oscura al mismo tiempo y tanto optimista y alegre pero trágica. La película ya de entrada pretende ser un ejercicio de estilo que su director planteó como algo inusual y rompedor sin saber que otro director, el francés Michel Hazanavicius estaba haciendo casi al mismo tiempo algo parecido, la aclamada The Artist (2011), por lo que el hecho de rodar una película en blanco y negro muda homenajeando a los comienzos del cine (y claro está, apropiándose de su propia esencia al trabajar casi de la misma manera que los primeros cineastas) ya no resulta tan sorprendente; pero ojo: Blancanieves y The Artist son dos películas muy diferentes. El filme de Pablo Berger pretende ser- y al final lo consigue- un homenaje al mundo del entretenimiento en general, más allá del séptimo arte, un canto ditirámbico al chiste del cómico, a la belleza de la danza de la bailarina, al poder evocador de la música, a la comedia que alegra, al  drama que entristece o a los “héroes” de la farándula que con “actos de valentía” hacen vibrar al público, todo bajo un prisma preeminentemente ibérico en su esencia supina y utilizando el mundo de la tauromaquia (no puede haber espectáculo más ibérico) como catalizador.

Planteada como una mezcla de reconstrucción de película muda de los años 20, obra teatral, folletín realista en imágenes, cuento infantil ilustrado y espectáculo circense (y taurino) a la antigua usanza, la película pese a la complejidad de su universo referencial resulta desde el punto de vista narrativo una historia clara, fácil de seguir y verdaderamente cautivadora. En realidad, del popular cuento solo se toman unos cuantos aspectos básicos del mismo para tejer una historia que resulta claramente diferente en cuanto a tono y pretensiones: aquí no hay ni príncipes azules, ni elementos fantásticos ni tan siquiera un final de “comieron perdices”. La acción se desarrolla principalmente en los años 20 en una Andalucía de charanga y pandereta en donde “Blancanieves” es Carmen Villalta, la hija de un famoso torero caído en desgracia tras una dura cogida (Daniel Giménez cacho) y de una cantaora (Inma Cuesta) que fallece al dar a luz a la pequeña. Criada por su abuela (Ángela Molina) ya que su padre, nuevamente casado y terriblemente lisiado, la repudia inicialmente por causar la muerte de su mujer, la pequeña Carmen (Sofía Oria) termina viviendo en la mansión de su padre y si inquietante madrastra (Maribel Verdú). Ya veinteañera, Carmen (Macarena García) ve como su hasta entonces desdichada existencia da un vuelco total  al unirse casualmente a una troupe ambulante de seis (no siete) “enanitos toreros”. Tomando como referencia estética principal el expresionismo alemán de Mornau (Nosferatu) o el de El Gabinete del Dr. Caligari (1920) de Robert Wiene la película ofrece una exquisita  belleza formal gracias a su fascinante fotografía en donde se juega con los conceptos de claridad/oscuridad para fines dramáticos, su escenografía y ambientación variada que va desde el art decó al fresco miserabilista y su montaje desde luego que envolvente. Elementos del Todd Browning de Freaks (1932), del Abel Gance  de Napoleón (1927), de las pinturas de Solana o Zuloaga, del esperpento de Valle-Inclán y, por que no, del primer Buñuel, se hacen visibles en este cuento tan bonito como cruel que no se olvida de retratar las miserias morales casi seculares del pueblo español en lo tocante relación con el mundo del espectáculo, Macarena García ha obtenido un merecido premio a la mejor interpretación en el Festival de Donostia y es que está realmente fascinante, como tampoco puede olvidarse a una inconmensurable Maribel Verdú  como una tragicómica y esperpéntica villana con momentos bizarros y memorables. Algunos pequeños fallos en el conjunto  impiden que estemos hablando de una obra maestra pero, que duda cabe, esta es la película española del año.  

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