miércoles, diciembre 02, 2015

UNA PASTELERÍA EN TOKIO (AN)





*** y 1/2

¿Cine asiático europeizado? ¿Un drama japonés de gusto totalmente occidental? (aunque en absoluto nada comercial)? Puede, pero ese más que notable estilismo de drama europeo (francés o alemán, concretamente) no resta un ápice de la presencia y el peso específico en la película de la peculiar idiosincrasia artística y narrativa oriental así como de su filosofía vital, además de cumplir también un papel fundamental la cultura nipona, en este caso la culinaria, en un original melodrama intimista que con hechuras poéticas trata de aunar un ajuste de cuentas hacia injusticias del pasado de la historia social japonesa con un canto a la vida a través de el retrato intergeneracional de tres personajes cuyos destinos se funden por una meta y objetivo común. Muy bien dirigida por Naomi Kawase, esta coproducción entre Japón, Alemania y Francia como ya dijimos bebe del cine europeo más intimista y gustará al público amante de los dramas humanos con su poso filosófico-poético bien templado aunque a veces algo excesivo y forzado.


La pastelería de Tokio a la que hace referencia el título es un pequeño establecimiento de venta rápida (el concepto de pastelería es diferente al occidental) propiedad de Sentaro (Masatoshi Nagase), un hombre taciturno del que a la largo de la mayor parte de la película apenas sabemos nada y que tras algunas reticencias accede a contratar a una afable anciana llamada Tokue (Kirin Kiki) como fabricante de dorayakis (pasteles de judía dulce) algo en lo que es una consumada maestra. Los excelentes dorayakis de Tokue pronto cogen fama y la clientela crece, al tiempo que el carácter de Sentaro se va haciendo más aperturista por el influjo de la viejecita, una mujer que ama ante todo las cosas bellas de la vida llegando a contagiar a su jefe y a la adolescente Wanaka (Kyara Uchida) una muchacha cliente habitual que termina trabajando para la pastelería en parte gracias al encanto de Tokue, plasmado en  la suculencia de sus pasteles elaborados con sumo mimo y cuidado. Los tres personajes establecen una curiosa e invisible alianza sin saber que comparten situaciones más bien angustiosas, pero la revelación sobre el verdadero estado de salud de Tokue y la posibilidad de que esto influya en sus dorayakis puede hacer que todo se vaya al garete. A base de imágenes sugerentes y utilizando la mayor parte de las veces la metáfora de la “transformación” de judías en pasteles la película nos dice que la vida pese a todo merece la pena vivirla. Un canto a la esperanza que puede que algunas veces no esté muy atinado y que se pierda en medio de los abundantes soliloquios del personaje de Tokue que salpican toda la película, pero el buen acabado del filme y su compromiso con presentar una historia coherente además de cautivadora y con mensaje de reproche a ciertas injusticias y prejuicios sociales, terminan por hacer a esta Una Pastelería en Tokio un filme más que interesante.

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