martes, abril 05, 2016

ALTAMIRA




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Fallido intento de hacer cine español con vocación internacional y visos de exportabilidad (rodado en inglés director y la mayor parte del reparto extranjero) con un filme que en su afán por presentar un producto que trata de dar el pego de hollywoodiense solo consigue una cinta rutinaria, previsible y desmañada no exenta de alguna virtud. La historia de Marcelino Sanz de Satuola (1831-1888) el descubridor de las pinturas de la cueva de Altamira en Santillana del Mar (Cantabria), la gran obra maestra del arte rupestre datada en el paleolítico, era a priori un punto de partida muy interesante ya que se trata de la crónica del empeño de un hombre por demostrar la veracidad de su descubrimiento (tachado en su época como una burda falsificación) ante una comunidad científica que a finales del siglo XIX consideraba  al hombre primitivo como un salvaje incapaz de crear arte- y aunque se aceptasen las teorías de la evolución de Darwin- además de tener que combatir los ataques de la iglesia católica que consideraban el estudio  de la prehistoria y más concretamente del hombre prehistórico como contrario a los dogmas de sagradas escrituras por contravenir el concepto de creación divina; pero solamente se ha conseguido una suerte de miniserie de televisión estrenada en cines con todo contado de manera muy mejorable fallando estrepitosamente en su intento de buscar aristas dramáticas de fuste en el personaje de Marcelino Satuola y la relación con su familia y rivales: solo se consiguen golpes de efecto maniqueos propios del cine comercial nortemericano o, una vez más, de un telefilme y pese a que Antonio Banderas pone todo su empeño en dar lustre interpretativo a este visionario científico aficionado del siglo XIX cuyo hallazgo revolucionó el estudio de la prehistoria. Un guión hueco y muy poco estimulante de José Luís López Linares y Olivia Hetreed y una rutinaria dirección del británico Hugo Hudson, en otros tiempos un director de primera fila mundial (Carros de Fuego, Greystoke) pero desde hace tiempo un simple destajista que no había dirigido un largometraje de ficción desde más de 15 años echan por tierra cualquier intento de hacer una buena película.


Financiada en su mayor parte por la familia Botín (descendientes de Satuola ya que Marcelino y su hija María fueron bisabuelo y abuela de Emilio Botín) y rodada casi en su integridad en bellos parajes cántabros (Santillana, Liencres, los alrededores de Altamira) la película cuenta con un reparto internacional secundando a Banderas que sencillamente se limita a cumplir el expediente con un Rupert Everett nada creíble en el papel del intolerante obispo o la iraní Golshifteh Farahani, tampoco demasiado brillante como Conchita, la esposa de Satuola. En el reparto de actores británicos y franceses también hay algún español como Javivi, Tristán Ulloa o Irene Escolar que no aportan nada memorable y si algunos de los peores momentos del filme, algo que no se puede decir de la pequeña Allegra Allen que se adueña de la función cada vez que interviene como Maria Satuola, la verdadera descubridora casual de las pinturas. No obstante sería injusto no señalar lo inspirado de algún momento (todo lo relacionado con el interés de la niña María con la ciencia y su peculiar búsqueda de la “verdad”) o el acontecimiento casual que dio origen a la acusación de falsificación, así como la vistosa y luminosa fotografía de José Luís Alcaine. Por el contrario, la música de Mark Knopfler y Evelyn Glennie solo hace constantar que el ex lider de Dire Straits solo tiene dos soundtracks que merecen la pena en toda su carrera (Un Tipo Genial y Cal) y todo lo demás ya no tiene aquel encanto céltico-rockista de aquellas. Alguna incorrección histórica y forzados detalles posiblemente fruto de la subvención del gobierno de Cantabria al filme  no son factores precisamente que puedan engrandecer a una película. Una buena oportunidad perdida por un dudoso sentido de la comercialidad.