jueves, junio 30, 2016

EL ÍDOLO (THE PROGRAM)






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Durante la década de 2000 se estuvo considerando seriamente llevar a las pantallas la vida y triunfos deportivos de Lance Armstrong, ciclista norteamericano que entre 1999 y 2005 consiguió siete Tours de Francia consecutivos tras superar un cáncer de testículos, pero años tras confirmarse años más tarde lo que todo el mundo sospechaba (Armstrong ganó sus tours gracias un sofisticado sistema de doping en el que participaban todos los miembros de su equipo) el que se había convertido en el gran héroe deportivo de los últimos años pasó a ser considerado un sucio tramposo y lógicamente cualquier proyecto de biopic deportivo de superación se fue al guano. Pero obviamente la historia del personaje no solo no ha perdido interés, sino que su azarosa vida y la sórdida verdad que se escondía tras su gloria han reforzado la magnitud de atracción del material dramático para relatar la historia del ciclista tejano y con ropajes de crónica de traición, de lucha desmedida por el éxito, de ambición y codicia sin límites y de ascenso y caída se presenta este inteligente filme anglofrancés dirigido con oficio y con mucha mala uva por el versátil veterano Stephen Frears (Mi Hermosa Lavandería, Las Amistades Peligrosas, Alta Fidelidad, The Queen) que se centra con minuciosidad en todos los engranajes y todos los movimientos que tuvo que efectuar el ciclista para conseguir el mejor método de doping posible (EPO en este caso) y con ello lograr sus triunfos en la ronda ciclista francesa, y como su condición de mentiroso y tramposo -con una oportuna coartada de triunfo del espíritu de superación tras dejar atrás una grave enfermedad- condicionó su relación con el mundo del ciclismo y con la opinión pública. Basado en del libro de periodista británico David Walsh que destapó el caso a principios de los 2010- y que aparece como personaje en este filme encarnado por Chris O´Doud- The Program tiene efectivamente cierta inspiración periodística en realidad engañosa y parece está más centrada en los avatares médicos y deportivos de la carrera de Lance Armstrong que en su vida personal (por ejemplo, no se menciona su relación con la cantante Sheryl Crow poco antes de su retirada definitiva del deporte así como la mayor parte de los aspectos más humanos sobre el personaje)  aunque en realidad esto solo sea un trampantojo semisimbólico para mostrar una especie de perverso grandgiñol donde un sórdido y dramático relato real se torna en una farsa-parodia involuntaria por el verdaderamente grueso trazo del asunto de un doping efectuado en plan casi yonky de barrio: es por ello que el tono semi-cacricaturesco y cierta aproximación a la tragicomedia presiden el desarrollo de la historia sin que por ello se reste credibilidad a una historia bastante conocida.

Ben Foster interpreta más que correctamente a un Lance Armstrong presentado como una persona convencida de que estaba haciendo lo correcto en todo momento y que no dudaba en doparse con todo su equipo (el US Postal) con EPO y trasfusiones de sangre en una época en la que el doping era generalizado en todo el pelotón ciclista y en donde existía una total permisividad por parte de las autoridades del este deporte y de sus servicios médicos, verdaderos instigadores de esta práctica. En este sentido, el personaje del médico Michele Ferrari (Gillaume Canet) aparece en esta película como un auténtico histriónico mad doctor dispuesto a experimentar hasta el límite con el ser humano. Y la caracterización a trazo grueso y pelín caricaturizada en los personajes no termina allí, el también ciclista americano Floyd Landis (Jesse Plemons) parece el contrapunto reflexivo, tradicionalista y “piadoso” (el ciclista profesa el menonismo) de Armstrong, mientras que el periodista Walsh figura tanto como cronista parcial como justiciero de todo el embolado. Por lo demás, se puede decir que el filme triunfa en su aparentemente casi inabarcable sucesión de escenarios y ambientes distintos (puede que todo el tema médico resulte a veces algo ininteligible para no conocedores de la materia) y en reproducir las míticas etapas del Tour en las que Armstrong forjó su falsa leyenda, todo con profusión de detalles incluidas equitaciones oficiales de todos los equipos con la publicidad de sus casas comerciales. Y por supuesto, todo el caso Armstrong fluye impecablemente gracias a un director con oficio y una historia trabajada y muy bien contada aunque a fin de cuentas la película no sea una obra maestra.