jueves, octubre 05, 2017

LA CORDILLERA





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El cine argentino con mayores pretensiones lleva camino de identificarse irremediablemente con Ricardo Darín. Esto no tiene por que ser necesariamente muy buena señal para la industria cinematográfica de ese país ya que así parece depender en demasía del concurso de un actor que por otro lado nunca defrauda en sus interpretaciones. Sea como fuere, este filme esta claro que aspira a ser algo más que otra película de Ricardo Darín y en ese sentido aquí se nota la mano maestra de un director que busca claramente que el cine argentino esté a la altura del mejor cine de todo el mundo: Santiago Mitre, responsable de dos de los últimos grandes aciertos de la cinematografía de su país como son El estudiante (2011) y La patota (aka Paulina) (2015), ha acertado con este curioso thriller político-psicológico lleno de enigmas y que en un momento dado parece convertirse en un filme fantástico pero sin que se llegue plenamente a tal situación.

Con un planteamiento de salida en clave de política-ficción la película se estructura principalmente como una crítica a la corrupción pública y las miserias de las políticas en Iberoamérica y la difícil relación entre todos esos países, “hermanos” en teoría pero cada uno con sus propios intereses en medio de una situación económica y política mundial en la que a ellos les toca cargar con toda la mierda en todos los sentidos  producida por el hemisferio norte y por sus propias contradicciones y deficiencias como países. Una conferencia de presidentes sudamericanos (y de México) en un apartado hotel en medio de los nevados andes chilenos es el escenario en el que vemos moverse al presidente argentino Hernán Blanco (Darín, excelente como de costumbre), dispuesto a formar parte de una alianza petrolífera hispanoamericana siempre que converja con los intereses de su país y no dé demasiada ventaja a otros estados. Pero al mismo tiempo el gobierno argentino recibe un inquietante chantaje personal por parte del ex yerno de Blanco mientras que Marina (Dolores Fonzi), la hija del presidente, llega sorpresivamente al hotel y no tarda en experimentar un desconcertante episodio de desequilibrio mental. Así, Hernán Blanco se verá envuelto en dos importantes dilemas: por un lado uno personal concerniente a su hija,  su inquietante cambio de comportamiento y las amenazas de su ex marido y por otro lado un enrevesado y maquiavélico juego de negociaciones político. Es esta como se ve una historia esquizofrénica con un enrevesado componente psicológico de carácter casi paranormal - en donde la hipnosis, muy bien tratada en este filme, juega un papel fundamental- y una intriga política más bien metafórica y gélida (como el entorno donde nos situamos), con una resolución desconcertante que tal vez encuentra su explicación en una línea de diálogo del filme (en donde se habla precisamente de la metáfora). Lo mejor de todo es que las dos historias sin llegar a fusionarse debidamente se llegan a tocar de soslayo en no pocos momentos provocando la sensación de que estamos ante un relato tan engañoso como interesante en el que solo mediante los códigos del cine fantástico podamos hallar una explicación de lo que hemos visto. Con influencias del thriller nórdico o el Kubrick más retorcido y apostando por la estilística del cine europeo, La Cordillera, es una película inusual y extraña que triunfa en su propósito de mostrar las consecuencias de la ambición política en la corrupción moral de una manera dual y descarnada por medio de un personaje muy complejo como es este presidente argentino que encarna Ricardo Darín. Un buen reparto internacional panamericano en donde interviene Daniel Jiménez Cacho como un presidente mexicano bastante sibilino además del mismísimo Cristian Slater como un emisario del gobierno USA con una mefistofélica propuesta, tan empaque a una película que generará división de opiniones pero que resulta enormemente fascinante.