miércoles, mayo 23, 2018

BORG MCENROE (BORG VS. MCENROE)


 
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El cine está encontrando últimamente un filón en los temas deportivos basado en acontecimientos reales, algo que demuestra que al menos se están buscando nuevos temas que explotar y que el mundo del deporte con su trasfondo tanto de crónicas de superación personal como de enconadas rivalidades pude ser enormemente atractivo para el público. Una muestra de este nuevo fenómeno ya lo tuvimos con Rush (2013), sobre la relación entre los ases del automovilismo James Hunt y Niki Lauda o la más reciente The Battle of the Sexes centrada en la figura femenina del tenis Billy Jean King. Precisamente uniendo elementos temáticos de estas dos películas ha emergido esta interesante aunque muy irregular Borg vs. McEnroe, sobre los avatares que rodearon la mítica final tenística de Wombledon de 1980 entre el apolíneo sueco Björn Borg (Sverrir Gudnason) y el malencarado norteamericano John McEnnroe (Shia Lebouf) en una coproducción entre Suecia, Dinamarca y Finlandia que mira al mercado internacional dotando al filme de apariencia de producción hollywoodiense aunque con algún que otro elemento europeo. El prácticamente debutante realizador danés Janus Metz Pedersen realiza un trabajo esforzado -meticulosa recreación de los partidos, buena disposición estructural narrativa con al utilización de flashbacks y otros recursos para comprender la compleja psicología de los dos protagonistas- pero no consigue que está película pueda entusiasmar a seguidores no habituales del tenis, pese a que el filme en todo momento trata de ser (torpemente) un drama psicológico.


Como toda película sobre rivalidad que se precie, nos encontramos ante dos contrincantes antagónicos: Borg, el número 1 mundial en 1980, un muchacho ex niño prodigio del tenis manejado por un codicioso entrenador, enfermizamente meticuloso, ambicioso y con la consigna de no expresar jamás sus sentimientos tanto en la cancha como en la vida pública, y McEnroe, un bocazas faltón, antideportivo, niño caprichoso y odiado por el público (al contrario que el sueco) pero que en realidad parecía esconder cierta fragilidad, justo lo contrario que Borg. Esta disparidad de caracteres, ambiciones y en definitiva visión ante el deporte y la vida está bien recogida en la película pero por alguna razón parece que se queda corta. Los dos actores protagonistas se esfuerzan con sus personajes (y ya no digamos en las escenas de tenis), pero un guión sinuoso y a veces incompleto impide logros interpretativos mayores. El momento culminante de la final de Wimblendon puede llegar a aburrir a los que no les interese el tenis, y ni tan siquiera su épico final resulta todo lo emocionante que debería si, aunque eso si, el mensaje de conclusión es nítido y claro y un buen ejemplo de como debe de ser la deportividad. En el futuro seguramente llegarán más películas de este tipo y puede resultar apasionantes y ser grandes películas, aunque no sea el caso de esta.